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viernes, 12 de septiembre de 2014

El paseo , Robert Walser

El paseo... Robert Walser solo tenía una afición que le gustara tanto como escribir: Pasear. Los paseos muy largos, a ser posible en solitario, con frecuencia nocturnos, con sus propios pensamientos y por el campo, por caminos rurales. Pero también por la ciudad, observando los edificios, las personas, los jardines, los animales. De hecho, la gran mayoría de sus fotografías lo reflejan con ropa que podríamos considerar "sport" para la época, en algún camino que se pierde de vista. Las que pongo aquí arriba me encantan. Es llamado por muchos comentaristas "El paseante irónico". Y es que esas son sus dos principales atributos: la desmedida afición a los paseos solitarios y la visión irónica aunque de precisión quirúrgica de todo el mundo que le rodeaba. Dice Walser en este volumen:

Pasear —respondí yo— me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo, y no digamos toda una novela corta. Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios. Un hombre tan inteligente y despierto como usted podrá entender y entenderá esto al instante.
Para mí pasear no sólo es sano y bello, sino también conveniente y útil. Un paseo me estimula profesionalmente y a la vez me da gusto y alegría en el terreno personal; me recrea y consuela y alegra, es para mí un placer y al mismo tiempo tiene la cualidad de que me excita y acicatea a seguir creando, en tanto que me ofrece como material numerosos objetos pequeños y grandes que después, en casa, elaboro con celo y diligencia. Un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y de sentir. De imágenes y vivas poesías, de hechizos y bellezas naturales bullen a menudo los lindos paseos, por cortos que sean. Naturaleza y costumbres se abren atractivas y encantadoras a los sentidos y ojos del paseante atento, que desde luego tiene que pasear no con los ojos bajos, sino abiertos y despejados, si ha de brotar en él el hermoso sentido y el sereno y noble pensamiento del paseo. Piense cómo el poeta ha de empobrecerse y fracasar de forma lamentable si la hermosa Naturaleza maternal y paternal e infantil no le refresca una y otra vez con la fuente de lo bueno y de lo hermoso.

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