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sábado, 13 de septiembre de 2014

Elogio del amante joven : Rosa Montero

 

La supuesta invisibilidad de las mujeres al alcanzar la madurez

 
Hay una novela del húngaro Stephen Vizinczey, Elogio de la mujer madura, que, publicada originalmente en 1965, tuvo un éxito extraordinario en todo el mundo. A mí me pareció un libro narrativamente bastante mediocre (aunque me encanta el Vizinczey ensayista) y creo que buena parte de su éxito se debió a que supo poner palabras a una realidad absolutamente normal, es decir, absolutamente habitual, pero que por entonces permanecía sepultada por una tonelada de prejuicios. Me refiero al hecho de que muchos, muchísimos jóvenes se sienten atraídos por mujeres mayores al menos durante una época de sus vidas, de la misma manera que muchas chicas se sienten alguna vez atraídas por los hombres de edad. En general, creo que el hecho suele darse durante ciertos periodos de la vida, periodos quizá formativos, psicológica y sexualmente. A lo mejor el viejo Freud atinó en esto y casi todos pasamos por una etapa de búsqueda del padre y de la madre.
Hasta aquí, todo perfecto. Lo malo, claro está, son los prejuicios, esos parásitos insidiosos del pensamiento que distorsionan nuestra mirada y nos impiden ver la realidad. Y así, siempre nos ha parecido tan normal que una chica joven quede prendada de un señor mayor, pero siempre hemos visto como anormal la fórmula contraria. Algo defectuoso tendrá esa mujer, algo defectuoso tendrá ese hombre, dice la voz de la convención, y la sociedad señala a la pareja con el dedo como si fuesen bichos únicos, como si ese tipo de comportamiento fuera algo rarísimo, tan inusual como ser capaz de aprenderse de memoria El Quijote, por ejemplo. Y es que padecemos un terrible malentendido con la palabra normal. Pensamos que normal equivale a abundante, a habitual, a mayoritario. Pero no; en realidad, nos remite a la norma, a la ley, al mandato social. Las relaciones de las jóvenes con los maduros están dentro de lo normal sólo porque han sido tradicionalmente permitidas; las de los jóvenes con las maduras se han visto como anormales porque no estaban socialmente aceptadas, pero como dije han existido siempre, absolutamente siempre, sólo que han sido manejadas con discreción, con clandestinidad y con cautela. Recordemos, por ejemplo, que tras la muerte de Pierre Curie, la gran Marie Curie se enamoró de un hombre siete años más joven que ella; o que la reina Victoria de Inglaterra, símbolo precisamente del puritanismo más represor, también se enamoró, tras quedar viuda, de su sirviente John Brown, ocho años menor, y después, dicen, tras la muerte de Brown, de un sirviente musulmán, Karim, cuarenta años más joven.
Lo malo, claro está, son los prejuicios, esos parásitos insidiosos del pensamiento
Por fortuna, en la última década han aparecido bastantes ejemplos de mujeres famosas con amantes jóvenes (Susan Sarandon, Demi Moore, Madonna) y la percepción social de este tipo de parejas está empezando a cambiar. Pero aún perduran poderosos prejuicios al respecto. Véase el insólito escandalazo que ha supuesto este verano la relación entre María Teresa Campos y Bigote Arrocet. ¿No les parece desmedido que llame tanto la atención una diferencia de apenas nueve o diez años de edad? Ni siquiera hubiera sido mencionada si el más viejo hubiera sido el varón. Claro que, en este caso, la aguerrida María Teresa ha transgredido no sólo el tabú del amante joven, sino también el del amor en las mujeres de más de setenta años. Todos mis aplausos para ella.
Total, que así estamos ahora, normalizando de verdad, es decir, haciendo visible y aceptable una realidad bastante habitual. Por ejemplo: me encanta que Emmanuel Macron, el nuevo superministro francés de Economía, ese chico prodigio de 36 años que antes fue socio de la banca Rothschild y que ha recibido un importante premio de piano, un personaje brillante, polivalente, seductor y curioso, en fin, esté casado con su profesora de francés, veinte años mayor que él, y que los fines de semana se vayan a ver a los nietos (de ella, naturalmente). Ah, sí, menos mal que ese pedacito de la vida subterránea empieza a emerger, para bien de todos. Para bien de tantos hombres jóvenes que ya no se sentirán raros o incómodos ante la incomprensión social cuando se enamoren de una mujer mayor y gocen de sus conocimientos, de su madurez vital y sexual, de su manera distinta, más comprensiva y más redonda de quererle; y para bien de tantas mujeres mayores, que podrán disfrutar de las ganas de vivir, de la pasión y la alegría, de la curiosidad y la audacia de los amantes jóvenes. Cuando escucho a una mujer madura quejarse de que ha alcanzado la edad de la invisibilidad, de que ya no la miran, siempre me siento tentada de decirle: te equivocas, cariño, quizá seas tú la que no ves. Siéntete segura de ti misma y mira a los más jóvenes.

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