Translate

miércoles, 30 de diciembre de 2015

La vida es un cuento contado por un idiota , lleno de sonido y furia , que no significa nada




 
Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow
Creeps in this petty pace from day to day
To the last syllable of recorded time;
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death. Out, out, brief candle!
Life's but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.


Mañana y mañana y mañana, se arrastra a pasos insignificantes
día a día hasta la última sílaba del tiempo registrable.
Y todos nuestros ayeres han iluminado para imbéciles el camino
hasta la polvorienta muerte. ¡Apágate, apágate breve candela!
La vida no es más que una sombra ambulante, un pobre actor
que sobre el escenario se pavonea y sacude en su hora signada,
y después no se oye más. Es un cuento contado por un idiota,
lleno de sonido y furia, que no significa nada.

Si fuera Legisladora Suprema prohibiría el matrimonio, los edulcorantes artificiales, el plástico en todas sus formas y a la usura .

lunes, 28 de diciembre de 2015

Cartas a Juan Antonio. París, 28 de enero de 1954. Julio Ramón Ribeyro.


Ser el eterno forastero
“El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad estaría constituida por un perpetuo estado de iniciación , de sucesivo descubrimiento, de entusiasmo constante. Y aquella sensación solo lo producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencias que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante, he allí una fórmula para ser feliz.”

Pseudociencia » EL HOMBRE QUE DERRIBO LAS TERAPIAS ALTERNATIVAS : Homeopatia = placebo


Edzar Ernst pasó dos décadas estudiando pseudomedicinas como la homeopatía hasta que Carlos de Inglaterra logró apartarle de su puesto

28 DIC 2015

El investigador de las pseudociencias, Edzard Ernst
El investigador de las pseudociencias, Edzard Ernst.
“Nunca supuse que hacer preguntas básicas y necesarias como científico podría provocar polémicas tan feroces y que mis investigaciones me involucraran en disputas ideológicas e intrigas políticas surgidas del más alto nivel”. Quien así habla es Edzard Ernst, seguramente el científico más detestado por los defensores de la pseudomedicina de todo el mundo. La razón es sencilla: el fruto de su trabajo les deja sin argumentos. Ernst (Wiesbaden, Alemania, 1948) fue el primero en someter a las llamadas terapias alternativas al rigor de la ciencia de forma sistemática, para llegar a una conclusión: remedios como la homeopatía no son más que placebo y los que la recetan violan la ética médica.
En su viaje científico contra la pseudociencia, Ernst ha tenido que enfrentarse al recuerdo de su madre y al Príncipe de Gales, los dos fervorosos homeópatas. El investigador alemán ha dedicado 20 años al estudio crítico de estas terapias —"dos décadas de conflicto interminable”—, desde la acupuntura hasta la imposición de manos, y su equipo ha publicado más de 350 trabajos sobre esta materia. Sus memorias, Un científico en el país de las maravillas (A scientist in Wonderland, Imprint Academic), publicadas este año, proporcionan el mejor relato sobre las dificultades a las que se enfrentará alguien que pretenda desentrañar críticamente las terapias alternativas: amenazas, falta de respaldo institucional, presiones de las altas esferas, soledad… e innumerables dificultades científicas.

Los terapeutas alternativos y sus partidarios parecen un poco como niños jugando a médicos y pacientes”, asegura Ernst
Los ensayos que se realizan a diario en todos los hospitales del mundo suelen manejar unos protocolos muy claros para probar si el medicamento sirve o no: a un grupo le das el fármaco y al otro, un placebo. Pero ¿cómo estudiar si realmente funciona la imposición de manos para curar o aliviar el sufrimiento de un enfermo? Esa fue la primera pregunta que se hizo Ernst al aterrizar en 1993 en la cátedra de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter, la primera de su clase. Por aquel entonces, cuenta, había en el Reino Unido tantos sanadores (unos 14.000) como médicos de cabecera. El placebo que diseñaron junto a los propios sanadores serían unos actores que fingirían estar imponiendo sus manos. A medida que los sanadores veían que el escrutinio les iba a desenmascarar comenzaron con las pegas, las críticas y el rechazo a los métodos: finalmente, resultó que los actores también tenían capacidades sanadoras y por eso el placebo funcionó mejor que los profesionales.
Publicidad
Ernst comenzó a interesarse por el estudio crítico de las terapias alternativas después de trabajar en un hospital homeopático en Múnich, en su país natal, donde esta pseudoterapia tiene un gran arraigo y la practican médicos titulados. A partir de su experiencia allí, traza en sus memorias un relato demoledor de los facultativos que recetan estos falsos fármacos que nunca han demostrado su utilidad médica: lo hacen “porque no pueden hacer frente a las a menudo muy altas exigencias de la medicina convencional”. “Es casi comprensible que, si un médico tiene problemas para comprender las causas multifactoriales y los mecanismos de una enfermedad o no domina el complejo proceso de llegar a un diagnóstico y la búsqueda de un tratamiento eficaz, esté tentado de emplear en su lugar conceptos como la homeopatía o la acupuntura, cuya base teórica es muchísimo más fácil de entender”, escribe el científico, que sigue muy combativo en su blog.

Portada de las memorias.
Portada de las memorias.
Gracias a su espíritu crítico, la cátedra de Exeter se convirtió en la vanguardia de la investigación seria sobre la llamada medicina complementaria, y de ahí salieron algunos de los estudios que nos han demostrado su ineficacia y también sus peligros, como el de osteópatas y quiroprácticos que manipulan la columna vertebral provocando serios problemas a sus pacientes. Por no mencionar, el riesgo más simple y peligroso de todos: el de abandonar tratamientos duros pero efectivos, como la quimioterapia, por terapias supuestamente inocuas pero que dejarán morir al paciente.
Ese puesto se había creado para seguir haciendo la ciencia acrítica que buscan los defensores de las terapias alternativas, como Carlos de Inglaterra, en la que sencillamente se les pregunta a los pacientes si se sienten mejor que antes de tal o cual tratamiento. Sobre ellos, escribe que parecen tener “poca o ninguna comprensión del papel de la ciencia en todo esto. Los terapeutas alternativos y sus partidarios parecen un poco como niños jugando a médicos y pacientes”. Cuando sus resultados comenzaron a desmontar estos remedios, los partidarios de la medicina complementaria comenzaron a atacarle en todos los niveles, desde el personal hasta el público.

El investigador considera que algunos de los médicos que recetan homeopatía lo hacen porque les resulta demasiado complicado llegar a diagnósticos serios usando las herramientas de la medicina
De ahí surge el mayor escollo de su carrera y el que tuvo notable repercusión en Reino Unido: su enfrentamiento con el príncipe Carlos, que durante años ha presionado a los ministros para incluyan la homeopatía en el sistema de salud británico. Finalmente, después de que Ernst le acusara públicamente de no ser más que un vendedor de crecepelos, el heredero al trono consiguió que se quedara sin su puesto en Exeter, tras un doloroso proceso en la Universidad del que saldría absuelto a pesar de las presiones.
Al final, después de muchas broncas, victorias y sinsabores, Ernst concluye que su trabajo sirve para demostrar la ineficacia de las terapias, pero no para convencer a sus defensores: “Lento pero seguro, me resigné al hecho de que, para algunos fanáticos de la medicina alternativa, ninguna explicación será suficiente. Para ellos, la medicina alternativa parecía haberse transformado en una religión, una secta cuyo credo central debe ser defendida a toda costa contra el infiel”. Eso sí, la experiencia le sirvió para reconocer y desmontar todas las trampas dialécticas usadas por este colectivo, que quedan destripadas en sus memorias. Falacias como que la medicina convencional mata más, que la ciencia no es capaz de comprender estos remedios o que son buenos por ser naturales y milenarios quedan convenientemente desmontadas.
Finalmente, Ernst, que antes estuvo estudiando el terrible pasado de la ciencia nazi en la Universidad de Viena, establece un paralelismo entre ambos fenómenos: “Cuando se abusa de la ciencia, secuestrada o distorsionada con el fin de servir a sistemas de creencias políticos o ideológicos, las normas éticas patinan. La pseudociencia resultante es un engaño perpetrado contra los débiles y los vulnerables. Nos lo debemos a nosotros mismos, y a los que vengan después de nosotros, permanecer en lucha por la verdad sin importar la cantidad de problemas que esto pueda causarnos”.

domingo, 20 de diciembre de 2015

wabi sabi

Tu eres aquello en lo que pones tu energía

El hombre sin talento Yoshiharu Tsuge ( articulo de Pron )

Un rechazo a ser El hombre sin talento de Yoshiharu Tsuge; por Patricio Pron 640
Aunque El hombre sin talento fue publicado a mediados de la década de 1980, su tema es el estado de parálisis y confusión en que la sociedad japonesa quedó sumida tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial y su modernización forzosa por las autoridades de ocupación; si esa modernización sentó las bases de la recuperación económica del país, también supuso el abandono de ciertas prácticas tradicionales y el descrédito de los valores en los que estas se fundaban, de tal forma que, a partir de 1945, y, como afirma el protagonista de esta novela, pareció “una frivolidad propia de nuestro tiempo rechazar todo lo tradicional japonés. En cambio, si se trata de algo occidental, aunque sea una porquería, todo el mundo lo considera moderno” (90).
A pesar de sus palabras, Sukezo Sukegawa no es un conservador: según su mujer es un inútil y un soñador, pero también es alguien que intenta otorgar sentido a lo que le sucede (su pobreza, el asma de su hijo, su fracaso como dibujante de manga, su fracaso como vendedor de cámaras fotográficas antiguas, su fracaso como vendedor de piedras singulares, el desprecio de su mujer, las humillaciones) sin recurrir a la misoginia, a la violencia y al arribismo de las personas que lo rodean. Sukegawa se refugia en las piedras singulares que recoge en el río, en el canto de los pájaros autóctonos y en las historias que le cuentan, pero su historia es la del rechazo (suyo y de una parte considerable de la sociedad japonesa de su época) a “ser”, en el sentido en que éste es sinónimo de “hacer”: en 1987, poco después de publicar por entregas este libro, y hasta el presente, el desgraciado Yoshiharu Tsuge, como su personaje, dejó de dibujar de forma definitiva; como si contar sus fracasos en este cómic bello y doloroso no hubiese sido suficiente para dejar atrás el dolor y la confusión de vivir a caballo de un régimen que no acababa de morir y otro que no había nacido todavía

Sharon Olds : Libro poemas El Padre

SU QUIETUD

El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos.
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado,
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar".
Mi padre le dio las gracias.
Y se quedó sentado, quieto, solo,
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
empezó a despertar en mí.
 

Harder to lie : David Ramirez


sábado, 19 de diciembre de 2015

Wabi Sabi


Utilidad predominante de Facebook : cotillear

Al final es cuando es evidente que somos todos iguales

Compasión y cortesía en medicina



— 29 oct, 2012 - 2:00 pm
En una especie de iniciación al trabajo del médico, el título del comentario enumera los principios que conforman la Medicina Armónica en la que los elementos externos (algo no se aprende en los libros, pero que debería enseñarse), frente a los científicos (lo que se enseña), suelen proporcionar muy buenos resultados en la atención a los pacientes. El escenario
 
El encuentro médico-paciente es siempre sagrado. En apenas unos minutos hay un intercambio de información a la velocidad de la luz (lenguaje no verbal) y del sonido (lenguaje oral) sin olvidar la velocidad de difusión de las partículas odoríferas y otros intercambios todavía más sutiles pero esenciales, tipo vibraciones osteomusculares sentidas al dar la mano, o el tacto en la exploración física.
 
El médico aporta arte, ciencia, equilibro, sencillez, serenidad y técnica. El paciente, agobio, inquietud, inseguridad, fragilidad, miedo y vulnerabilidad.
 
En general la situación cursa por unos cauces esperables y “tolerables”. Pero a veces la consulta se desborda con fortísimos sentimientos “amenazantes” que van más allá de las profundidades de la piel y del alma para llegar al tuétano y a lugares ignotos de nuestra mente. A veces la consulta “duele”; de verdad, duele. La consulta se convierte en sacramente sagrada
 
“¿De qué murió su padre?”. El paciente duda unos micro-segundos, el médico intuye que la respuesta no será de rutina, sin darse cuenta se tensa, la espalda un poco más recta, el respirar un poco más hondo, algo más de sudor axilar, el paciente valora instantáneamente si puede hablar, si se siente seguro, mira directamente a los ojos del médico y algo le dice que está en territorio amigo, y responde: “De hambre”.
 
Y rompe a llorar amarga y desconsoladamente.
 
Es un varón de 55 años, su primera visita, y casi estabas abriendo la historia clínica, de rutina. Algo te advirtió quizá de que no era una rutina, que el paciente había ya buscado comprensión antes con otros colegas y había encontrado rechazo. Quizá fue su asombro apenas expresado al recibirlo de pie, llamándole por su nombre (recién leído en la pantalla del ordenador), al darle la mano, al ayudarle a sentarse, al iniciar la entrevista preguntarle con respeto cómo quería que le llamases: “Francisco”, “Don Francisco”, “Hernández”, “Sr Hernández”, “Paco”…”¿de tú o de usted?”. Se notó que lo habían apaleado más de una vez. Y se notó que el médico lo notó y que en esta ocasión iba a haber una relación franca. Hasta cierto punto el paciente sintió, presintió y/o percibió que iba en serio, que podría ser quien era sin miedo a ser maltratado.
 
Afortunadamente el paciente encontró un médico que ejerce con arte, ciencia y técnica salpicados con compasión, cortesía, piedad y ternura.
 
El escenario en la consulta es en parte utilería (atrezzo, muebles, enseres, camilla y biombo de exploración, por ejemplo), en parte escenografía (una foto de un cuadro de un pre-rafaelista, un jarrón con una flor cortada) y en parte vestuario (con o sin bata, pajarita, desaliñado, con o sin barba, con o sin collar-pendientes). El cuidado y actitud del médico son importantes, las uñas pintadas (limpias en todo caso), bien afeitado o con la barba recortada (o salvaje, limpia en todo caso), la mirada directa, la actitud abierta, los propios juicios de valor ausentes y los valores del paciente siempre presentes. Hacemos teatro, y nosotros somos los profesionales de forma que conviene cuidar la utilería, la escenografía, el vestuario, la presencia y las actitudes. Después, y siempre, el arte, la ciencia y la técnica.
 
Compasión
 
Los médicos somos y debemos ser “sanadores”. La aspiración de ser científicos conlleva graves daños para los pacientes y para la profesión. La medicina es arte, ciencia y técnica, pero el barniz de los números, el brillo de los aparatos, el poder de los fármacos y los ensayos clínicos nos pueden transformar en soberbios y prepotentes. Conviene saberse más sanador que científico, más sanador que técnico y más sanador que farmacólogo.
 
La mirada del médico es compasiva. Es una mirada que dice “Entiendo lo que siente y padece, no me cansa oírle, soy solidario con su vulnerabilidad, además de médico soy persona, cuente conmigo”.
 
Tener compasión del paciente y de sus familiares es entender su sufrimiento y desear ayudar a resolverlo. La compasión es un sentimiento profundo difícil de verbalizar. El budismo lo enarbola por bandera, pero a los occidentales la compasión nos avergüenza, como si la solidaridad ofendiera al otro. Es justamente al contrario, la mirada compasiva es una mirada protectora, que extiende un manto compartido y hace al paciente no sentirse un extraño sino parte de la tribu humana, delante del sanador que siempre ayudó frente a la incertidumbre del enfermar y del morir.
 
Son distintos los mantras que expresan compasión, según lugares y culturas. En unos casos es el simple asentir y dejar hablar. En otras situaciones se espera un contacto físico, el dar la mano a la anciana desolada por la muerte de su nieta. En otros, repetir “¡Qué dolor, qué dolor!”, o “¡Cuánto sufrimiento!”. Etc.
 
La compasión va más allá de la empatía, pues ésta es una forma de inteligencia, de capacidad cognitiva, de “entender inteligentemente”, mientras la compasión se refiere a un nivel más básico, de solidaridad ante el sufrimiento. La empatía es más de la corteza cerebral, la compasión más del sistema límbico. La compasión es un sentimiento, no un conocimiento. Los sanadores son compasivos. Los médicos, como tales, también.
 
Cortesía
 
La cortesía se utiliza para lograr que todos estemos cómodos. A veces puede chocar. Por ejemplo eso de “No hay nada más democrático que el usted”. Bien le duele al anciano ingresado de urgencias por hematemesis, que de pronto es tuteado y llamado “abuelo” por cualquier chiquillo que pasa por allí, de prácticas en la facultad, no digamos por administrativos, celadores, médicos y enfermeras. El anciano rumia su pensamiento sin decir nada: “¿De qué me conocerán?” o “¿Cuántas veces hemos comido juntos?”. Nadie le pregunta cómo quiere ser tratado y muchos piensan que esa campechanía estilo Casa Real es expresión de compromiso; craso error en ambos casos.
 
Trabajar con cortesía es respetar las buenas costumbres, según la cultura y situación del paciente. De ahí la importancia de conocer la sociedad de los pacientes que atendemos, sean rumanos, musulmanes, daneses, británicos o gitanos, o españoles rurales, o catalanes o extremeños. Sobre todo cuando no es uno ni dos, sino un montón. No puede ser dar por supuesto normas de cortesía de la clase media urbana española de mitad-finales de siglo XX de la que solemos proceder.
 
En cortesía más conviene un punto de exceso que la escasez que casi llega al desprecio, insultante en lo más hondo. Dar la mano al recibir y despedir a un paciente es lo mínimo. Ayudar a quitarse el abrigo se hace con gusto a pacientes de todas las edades y sexos. Saludar cortésmente al paciente que se encuentra en la calle nos abre puertas para después poder prestar una atención de calidad. Etc.
 
Hay que adaptarse. Por ejemplo, no es la misma la cortesía con un niño que con un anciano, ni con una adolescente a la que se conoce desde que nació que con una adolescente extranjera en su primera consulta. La cortesía sitúa en plano de igualdad al médico, por el respeto que expresa al enfermo como persona.
 
La cortesía pretende que el paciente se sienta cómodo y relajado, con libertad para expresarse al ser tratado con la deferencia apropiada. En seguida ajustamos la cortesía a la situación y al paciente pues no puede ser la misma con quien habla fluidamente español y conocemos “de ciencia propia” que con quien acude por primera vez cubierta con un hiyab y apenas nos entiende. Cortesía es en parte etiqueta pero como una forma de expresar reconocimiento, no como mecanismo para establecer barreras.
 
Piedad, ternura y Medicina Armónica
 
Trabajar con piedad es reconocer el impacto del sufrimiento en el paciente y en sus familiares y tener conmiseración. Ser enfermo es volverse frágil, es perder la integridad física y/o mental que caracteriza al ser humano. La piedad permite tener clemencia, entender lo que significa la enfermedad en el paciente. La piedad es también importante con los compañeros, y con uno mismo, pues enfrentarse al sufrimiento, al dolor y a la muerte de los pacientes no es fácil y más de una vez se producen heridas profundas.
 
Trabajar con ternura es tener una actitud de reconocimiento del “otro” (paciente y sus familiares) como humano doliente, que precisa de un afecto y delicadeza especiales. Equivocadamente, la ternura sólo suele esperarse y/o exigirse en las relaciones amorosas, pero justo el paciente y sus familiares necesitan ternura a chorro, y negarla es un error. El médico que trabaja con ternura liga sus decisiones clínicas a las expectativas de los pacientes y, por consecuencia, tiene mayor probabilidad de éxito profesional.
 
Ejercer con ciencia, arte y técnica pero también con compasión, cortesía, piedad y ternura es ejercer una Medicina Armónica
 
La Medicina Armónica aporta a cada paciente y situación proporciones adecuadas de arte, ciencia y técnica con ternura, piedad, cortesía y compasión (también a familiares, poblaciones y compañeros). ¿Por qué no ejercer así?

Wabi Sabi : forma de vivir encontrando belleza en la imperfección

Wabi sabi is a beautiful Japanese concept that has no direct translation in English. Both an aesthetic and a worldview, it connotes a way of living that finds beauty in imperfection and accepts the natural cycle of growth and decay. Wabi Sabi is also the title of a fantastic 2008 picture-book by Mark Reibstein, with original artwork by acclaimed Chinese children’s book illustrator Ed Young, exploring this wonderful sensibility through the story of a cat who gets lost in her hometown of Kyoto only to find herself in the process. (For, lest we forget, we only find ourselves by getting lost.)
The book reads like a scroll, from top to bottom, and features a haiku and a Japanese verse on each spread, adorned with Young’s beautifully textured artwork.
Reibstein paints a historical backdrop:
Wabi sabi’s origins are in ancient Chinese ways of understanding and living, known as Taoism and Zen Buddhism, but wabi sabi began to shape Japanese culture when the Zen priest Murata Shuko of Nara (1423–1502) changed the tea ceremony. He discarded the fancy gold, jade, and porcelain of the popular Chinese tea service, and simple, rough, wooden and clay instruments. About a hundred years later, the famous tea master Sen no Rikyu of Kyoto (1522–1591) brought wabi sabi into the homes of the powerful. He constructed a teahouse with a door so low that even the emperor would have to bow in order to enter, reminding everyone of the importance of humility before tradition, mystery, and spirit.
A true wabi sabi story lies behind the book: When Young first received the assignment, he created a series of beautifully simple images. As he went to drop them off with his editor, he left them for a moment on the front porch of the house. But when he returned to retrieve them, they were gone. Rather than agonizing over the loss, Young resolved to recreate the images from scratch and make them better — finding growth in loss.
While technically a children’s book, Wabi Sabi is the kind of subtle existential meditation in which adults, with our relentless aspiration for more and our chronic anxiety about imperfection, can take solace. Complement it with a beautiful grownup read about the philosophy of ancient Japanese aesthetics.

I miss you ( Ozymandias )


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Argentina, 200 años no es nada - El Pais

 

El bicentenario de la independencia, una excusa perfecta para descubrir el ritmo bonaerense, las cumbres andinas y los horizontes de la pampa

las cataratas de Iguazú.
Las cataratas de Iguazú. / Wolfgang Kaehler
Hace 100 años Argentina celebraba el primer centenario de su independencia convencida de estar construyendo la capital de un imperio. Se entregó a esa idea durante decenios, pero terminó el siglo XX intentando superar otro título imaginario, capital del corralito. Desde entonces se ha instalado en la nostalgia y, probablemente, en 2016, cuando conmemore el bicentenario, vuelva a revisar su papel en el mundo. La historia, ya se sabe, arrasa con todo, se mueve por ciclos e incluye el azar. Claro que esa es sabiduría de países antiguos; es más difícil de asumir si se convive con la paradoja de vivir en una esquina del mundo, parecer condenado por la autosuficiencia —geográfica, política, energética, psicológica— y poseer una fertilidad muy por encima de la de tu entorno para producir mitos universales: Borges, el Che, Evita, Fangio, Gardel, Maradona…
Mapa de Argentina.
Mapa de Argentina. / Javier Belloso
De modo que cuando salgan a pasear por Buenos Aires no se extrañen si sus habitantes, los porteños, se empeñan en explicarles que lo mejor es el parecido de tal o cual barrio con París, Londres o Madrid, olvidando su mejor cualidad, la semejanza de Buenos Aires consigo misma. Ustedes asientan, sonrían y… piérdanse por la ciudad. Es estupenda.
Para empezar, la diseñaron a lo grande. A finales del siglo XIX nombraron intendente (alcalde) a un tal Torcuato de Alvear, hijo de uno de los padres de la patria. Acababa de regresar de París deslumbrado por la reforma urbanística del barón Haussmann, había dinero, y, sin dudarlo, se puso a hacer otro París. Dejó su firma en todos lados: plaza de Mayo, Casa de Gobierno, diagonales, avenida de Mayo, Puerto Madero… Lo que él no hizo, se inició con él. Por ejemplo, los jardines. Se encargaron a un arquitecto paisajista francés, Carlos Thays, quien también debió trabajar poseído: en Buenos Aires dejó 20 parques, 50 plazas y más de 150.000 árboles; y fuera de la capital, docenas de residencias, estancias y los jardines de las ciudades importantes (Córdoba, Mendoza, Tucumán, Salta, Mar del Plata…). El resultado: en Argentina se construyó todo muy rápido y creyeron que era lo normal.
Argentina tiene casi el tamaño de India y más recursos naturales
La segunda consecuencia concierne a la identidad. Suena irónico, pero quizás el mejor recurso de un país obsesionado con imitar los modelos europeos sean… los árboles. Árboles americanos, propios. Sobre todo en Buenos Aires. Algunos colosales, como los gomeros y los ombúes, con ramas de 20 metros de largo. Árboles de todos los colores. Unos magníficos —el lapacho o el palo borracho—, de brillantes flores rosas. Los hay distinguidos, esbeltos, como la araucaria, abriendo paso a las palmeras, las washingtonias y los ceibos, cuyas flores rojas y acampanadas se han convertido en el estandarte oficial argentino. Y también están las humildes tipas, quizás los más comunes de la ciudad, de flores amarillas y sombra perenne, con la extraña particularidad de tirar miles de minúsculas gotas de azúcares entre primavera y verano. Los porteños llaman a esa pequeña lluvia que no mancha el llanto de las tipas. Cerrando el desfile, una guardia de honor en las orillas de las grandes avenidas: entre octubre y noviembre, un kilométrico corredor de jacarandas cubre las calles con un dosel de flores violetas.
La tumba de Eva Perón en Buenos Aires.
La tumba de Eva Perón en La Recoleta, en Buenos Aires. / J. Hicks
Detrás de los árboles está la ciudad, la de las grandes vías, no siempre rectas, que las hace todavía más infinitas; la de los barrios populares, con cafés y restaurantes en todas las achaflanadas esquinas y casas bajas de aire pompeyano, en general edificadas por albañiles italianos y culminadas, cuando tenían dinero, con mansardas a la francesa.
No se pierdan los edificios imponentes de Buenos Aires, en especial cuatro. El primero es una torre de apartamentos construida, según se dice, a partir de un despecho amoroso por una estanciera llamada Corina Kavanagh, de quien tomó el nombre. Está en la plaza de San Martín, tiene la elegancia de los transatlánticos de los años treinta y es uno de los emblemas de la arquitectura moderna, entre el art déco y el expresionismo. El segundo se encuentra en la avenida de Mayo, cerca de la plaza del no menos imponente Congreso. Se llama Barolo por su promotor, contiene tanto simbolismo como una catedral gótica, homenajea a la Divina comedia hasta en sus mínimas proporciones —querían que alojara la tumba de Dante—, lo corona un faro y fue en la época de su construcción (1920) el edificio más alto del mundo. Un poco por debajo, sobre la avenida 9 de Julio, ya saben, la más ancha del mundo, deben visitar el teatro Colón y, si es posible, recorrer los subsuelos —las salas de ensayo, las de ballet, las que guardan las escenografías—: entrarán en otra ciudad. El cuarto edificio es algo que podríamos denominar apoteosis de la simulación argentina. Fue proyectado a finales del siglo XIX por un arquitecto noruego en estilo Neobarroco —las guías dicen Renacimiento francés—, con una fachada cubierta por 300.000 piezas cerámicas fabricadas en Inglaterra. Y se llama Palacio de las Aguas, un nombre razonable teniendo en cuenta que alberga un depósito industrial, 12 tanques metálicos que contenían 70 millones de litros de agua potable. Un disparate espléndido.
tango en Buenos Aires.
Un espectáculo callejero de tango en Buenos Aires. / Eszter and David
Lo otro que debe hacerse en Buenos Aires es ejercer de voyeur en una milonga, donde van los porteños a bailar tango. No es difícil, basta preguntar un poco y verificar que el club recomendado no cumple ninguno de estos tres criterios de desestimación: el geográfico (estar en la 9 de Julio o muy cerca), el gimnástico (si los bailarines hacen acrobacias) y el gastronómico (si hay cena con espec­táculo). Recuerden que se trata de una música cuyas piezas insignes fueron compuestas hace 70 años. Si van a una discoteca, escucharán otra cosa: cumbia. La cumbia se ha apoderado de Argentina desde que tomaron en consideración un dato aplazado durante 100 años. Viven en América Latina.
Y claro, hay que intentar sentarse en las gradas de un partido entre el River y el Boca Juniors. Como será muy difícil o muy caro, al menos asistan a uno cualquiera en la Bombonera, la cancha del Boca, y zámpense, entre tiempo y tiempo, un buen choripán. Tampoco traten de entender la mística construida alrededor de los choripanes (pincho de chorizo) o las empanadas (empanadillas), daría igual, la mística se siente, no se comprende. Pero no se olviden del fútbol, el territorio donde se nutre el lenguaje argentino. Si es posible vayan cubiertos de gorra, sudadera y zapatillas, todo en tonos oscuros. Y mézclense discretamente entre la hinchada, lejos, eso sí, de los violentos “barras bravas”, para sentir el griterío, escuchar las “puteadas” y mirar lo que sucede cuando un delantero local, después de marcar un gol, corre hasta la banda. Ahí, con perdón del maestro, está el verdadero fervor de Buenos Aires.
Dos cardones enmarcan la torre de Santa Bárbara, del siglo XIX, en Humahuaca (Jujuy). / D. Delimont
Basta salir de la capital para encontrar la pampa, inmensa, con espacios libres de sembrados, lagunas, pasto y horizontes. Conviene hacerlo con humildad y perspectiva. La Unión Europea —28 países— apenas suma un millón de kilómetros cuadrados más que Argentina. Esta verdad sencilla, elemental, me ha hecho entender alguna clave. ¿Por qué Argentina se levanta de sus crisis periódicas con tanta facilidad? Tiene casi el tamaño de India, algo menos de tres millones de kilómetros cuadrados y más y mejores recursos naturales. Mientras los indios deben administrar lo que tienen para 1.200 millones de habitantes, la población argentina apenas sobrepasa los 40. A Argentina le bastan sus productos para que sus habitantes cenen asado y beban vino toda la vida. Lo demás, por cierto, les es indiferente.
Una selección de los lugares imprescindibles de Argentina debería contener, si hablamos de naturaleza, lugares como el valle de la Luna, el parque nacional de Talampaya o la quebrada de Humahuaca; y si hablamos de experiencias, un buen contoneo en el carnaval de Gualeguaychú o avistar las ballenas en la Península Valdés. Todavía tengo pendientes esos deberes, de modo que constato el dato y señalo los míos.
Patagonia argentina.
Un excursionista admira el paisaje en Ushuaia, en la Patagonia argentina. / Marc Oeder
En Argentina lo bueno incluye horizontes: bosques y desiertos, parques petrificados, cementerios de fósiles, cordilleras, grandes lagos, lagunas y glaciares. Ahora bien, están muy distantes, el avión es inevitable a menos que uno se atreva en coche por la mítica Ruta 40, que, en paralelo a los Andes, recorre el país durante 5.000 kilómetros. Fue lo que hizo el Che Guevara en los años cuarenta y lo que contó Bruce Chatwin en su libro En la Patagonia. Si lo leen se animarán, sus páginas contienen esos personajes solitarios que dan forma a los territorios, incluye crónicas como la estancia de los legendarios Butch Cassidy y Sundance Kid, y tiene la cualidad de aficionarte al buen whisky —a algunos incluso al mate— para acompañar a galeses cuidadores de ovejas mientras se entrelaza el dibujo del paisaje con historias mínimas, la enfermera rusa, el pianista perdido.
Los paisajes incluyen bosques, desiertos, fósiles, cordilleras, lagos y glaciares
Mis indispensables. Al sur, en las proximidades de la estación invernal de Bariloche, el circuito de los siete lagos, una ruta ideal para la bicicleta, que, tanto por el paisaje como porque buena parte de la población es de origen alemán, nos traslada a una imaginaria centroeuropa entre bosques de coihues y aguas espejadas. Mil quinientos kilómetros más al sur, cerca de El Calafate, hay que embarcarse para asistir al desfile de los mejores azules del planeta en un parque nacional de 700.000 hectáreas que alberga 350 glaciares, entre ellos el Perito Moreno, el Upsala (de 60 kilómetros de largo), el Spegazzini y el Onelli. En el Perito Moreno se puede caminar —con crampones— sobre hielo milenario, entre grietas, sumideros y canales subterráneos. Al salir, desde los miradores de las pasarelas que se abisman sobre el glaciar, hay que contemplar los brillantes azules de los témpanos contra la pared blanca de hielo para darle la razón a quien se le ocurrió llamar lago Argentino a las aguas que reproducen los colores de la bandera nacional.
Otros 1.000 kilómetros por debajo está el sur total de Tierra del Fuego, separado del continente americano por el estrecho de Magallanes. La capital, Ushuaia, presume de ser la ciudad más austral del mundo, tiene un presidio desolador, mariscos formidables, whisky libre de impuestos y el faro de San Juan Salvamento, el que instaló Julio Verne en el imaginario popular. En las afueras, además del parque nacional de Tierra del Fuego, excursiones a estancias y lagos perdidos —el más famoso se llama Escondido—, hay que volver a embarcarse, con humildad o ambición. Si optan por la prudencia, la navegación por el canal de Beagle contiene islas de nombres descriptivos, la de los Pájaros, cubierta de cormoranes imperiales, albatros y petreles; la de los Lobos, atestada de lobos marinos; y otras que, sin llamarse de los pingüinos, están colmadas con estos animalillos simpáticos. Pero si son valientes se atreverán a abordar un crucero que agrega las selvas frías de la Patagonia, las cataratas del fiordo Garibaldi, más glaciares (Piloto, Nena, Águila) y culmina, si se puede, en el cabo de Hornos. El fin del mundo.
Gauchos en la pampa argentina.
Gauchos en la pampa argentina. / Eliseu Miciu
Al norte, en la frontera con Brasil, las cataratas de Iguazú confirman de nuevo la imposibilidad de trasladar a imágenes lo verdaderamente grande. Bajo la vegetación de la selva, el río discurre por una geografía razonable hasta tropezarse con una falla geológica que dejó una enorme grieta en la llanura. El resultado desde las pasarelas son 275 cataratas sobre un desnivel de unos 80 metros, o lo que es lo mismo, un rumor sordo, ensordecedor, junto a una violenta sensación de vértigo, acompañada de un baño —quieras o no quieras— de agua atomizada. Risotadas, la naturaleza en esplendor.
Córdoba contiene los únicos edificios novohispanos interesantes de Argentina, la manzana y las misiones jesuíticas, y Mendoza, además de la ciudad, está muy cerca de la cordillera de los Andes, que sirve de telón a la travesía del valle de Uco, el del Malbec, la uva nacional, entre viñedos y bodegas, restaurantes y albergues. Un último apunte, el delta del Paraná, cerca de Buenos Aires, 300 kilómetros cuadrados de islas, canales y vegetación desenfrenada: sauces, ceibos y alisios coronados por plantas aéreas con nombres vistosos, claveles de aire o barbas de viejo.
Al volver a la capital, cuando vean pasar a las porteñas distinguidas en la terraza de alguno de sus grandes cafés, por ejemplo La Biela, quizás entiendan algo del imperio imaginario y el sueño de sus moradores con un pasado que no tiene por qué coincidir con la realidad, como lo demuestran quienes siguen votando a Perón y a Evita sin tomar en consideración dónde se encuentran desde hace 40 años.
Pedro Jesús Fernández es autor de la novela Peón de rey

domingo, 13 de diciembre de 2015

Destinity : corto animación sobre el tiempo y la existencia


Mujeres sin secretos - Emin & Bourgeois

 
Documental sobre la vida y obra de la artista francesa Louis Bourgeois, conocida mundialmente por su escultura de la araña gigante ubicada en el TATE de Londres. Fue la primera mujer en tener una exposición retrospectiva en el MOMA de N. York. En el vídeo podemos ver a Tracey Emin, quien trabajó con Bourgeois durante los dos últimos años antes de morir a los 98 años, recorriendo alguna de sus obras más importantes. Emin nos descubre las ideas y conceptos más importantes de la obra de Bourgeois, nos habla sobre arte, la amistad y la experiencia de trabajar con la gran artista. Además el documental recorre los momentos más importantes en la vida de Lous Bourgeois, aquellos que de alguna manera marcaron sus obras, podemos ver a la artista haciendo declaraciones, rompiendo alguna de sus esculturas, o dando sus sinceras opiniones en tertulias, y también a sus más cercanos amigos que explican la relación que tenían con ella e interpretan su arte

Por qué besamos?


Hay sociedades que no conocen el beso, o que lo tienen prohibido. Exploramos el origen biológico y sociocultural del beso romántico

 

 
Una pregunta que suele planteársele a Google es por qué se besan los humanos y, aunque los besos en diferentes partes del cuerpo (la cara o la mano, por ejemplo) forman parte de muchas funciones sociales, la pregunta, tal y como yo la leo, no atañe al beso social, sino al beso romántico en los labios, conocido técnicamente como ósculo. ¿Es el ósculo un residuo moderno de algún tipo de antiguo cortejo sexual animal, que es como Darwin llamaba a los rituales de apareamiento? De ser cierto, cabría esperar que fuese universal, que estuviera presente en diferentes épocas y culturas. Pero no es el caso. A día de hoy existen sociedades que, o no conocen el beso en los labios, o, de conocerlo, tienen sanciones que lo vetan.
El deseo de apareamiento está presente en todos los animales. Pero los besos no están necesariamente vinculados al sexo
La palabra “romántico” es clave, y hay que distinguirla de “sexo”, “amor” y “cortejo”. El sexo es, huelga decirlo, el deseo de apareamiento presente en todos los animales. Los besos no están necesariamente vinculados al sexo, a menos que se usen como preliminar. El amor es… El amor es el amor (por ponernos poéticos). No existe ninguna cultura en el planeta que no tenga un concepto sobre lo que es el amor. Se presenta de muchas formas y aspectos, pero todo el mundo la reconoce instintivamente como amor. Algunos filósofos, como Platón, escribieron tratados sobre el amor, y pueden encontrarse obras similares a lo largo y ancho de todo el mundo antiguo. El amor y el sexo suelen aparecer entrelazados en obras como el Kamasutra indio, un manual práctico sobre el arte de hacer el amor. El beso en los labios se presenta en el Kamasutra como una parte de ese arte, porque los labios se ven como órganos erógenos sensibles.
Otros escritores, como Homero, Aristófanes y Catulo, también estaban obsesionados con el amor y el sexo. Catulo suplica a su amada que le dé un número infinito de “besos”. Pero, al igual que ocurre en el Kamasutra, nos da la sensación de que con beso (sin importar la parte del cuerpo que lo reciba) se hace referencia al sexo y al amor (sobre todo al primero), donde el hombre (Catulo) controla la situación y la mujer está a su total disposición.
El cortejo puede incluir o no incluir amor, e incluso sexo. Es una práctica prenupcial, que adopta numerosas formas rituales, dictadas por tradiciones específicas diseñadas para garantizar el matrimonio, normalmente como un acuerdo entre familias. Sin duda el amor no es un requisito para el cortejo, y el beso rara vez ha desempeñado un papel en este. Hasta hace poco, claro.
El beso en los labios “romántico” (no “sexual”) es una invención que viene, con toda probabilidad, de las tradiciones medievales de amor cortés
Así las cosas, ¿dónde encaja el beso? El beso en los labios “romántico” (no “sexual”) es una invención que viene, con toda probabilidad, de las tradiciones medievales de amor cortés. Está impregnado de amor “verdadero” (que no “acordado”); es una acción subversiva contra el cortejo pactado y el amor aburrido. Incluso hoy, la traición o la infidelidad comienzan con un beso. Seguido del sexo, por supuesto. Pero ambos no pueden invertirse: nunca el sexo antes del beso.
El origen del beso podría estar en una declaración de libertad ante las prácticas nupciales y amorosas anquilosadas. ¿Hay pruebas? No directas, claro, pero sí hay montones de anécdotas que lo demuestran.
'Francesca da Rimini', de William Dyce, obra de 1837.
'Francesca da Rimini', de William Dyce, obra de 1837. / Wikimedia Commons.
Las primeras historias donde aparece el beso romántico, que suelen representar a unos amantes desdichados que rompen las restricciones de la sociedad, son los relatos, leyendas y canciones de trovadores medievales, basadas en la caballerosidad y el amor cortés. Un ejemplo clásico es la historia de la aventura amorosa, en el siglo XIII, de Paolo y Francesca, inmortalizados por el poeta Dante en el quinto canto de su Infierno. Se trata de Francesca de Rímini, cuya mano se concede en matrimonio a Giovanni Malatesta (también conocido como Gianciotto) para consolidar la paz entre dos familias enfrentadas. El padre de la joven sabía que su hija rechazaría al feo y deforme Gianciotto, con lo que pide al hermano menor de este, Paolo, que rescate a Francesca. La joven se enamora al instante del apuesto Paolo, y ambos se besan apasionadamente, una imagen que luego influiría en muchas obras de arte, entre ellas la impresionante escultura El beso, de Rodin. Al saber que Gianciotto, y no Paolo, será su marido, Francesca monta en cólera: no pueden privarla de su amor por Paolo.
Según Dante, el amor surge después de que los dos amantes lean la historia de Lancelot y Ginebra. El final trágico llega cuando el celoso Gianciotto, florete en mano, se dispone a matar a Paolo, y Francesca se interpone entre los dos hermanos. La espalda la atraviesa y acaba con su vida. Entonces Gianciotto, totalmente fuera de sí, pues amaba a Francesca más que a su propia vida, mata a su hermano. Entierran a los dos amantes en la misma tumba, lo que simboliza su unión más allá de la vida mortal.
El poder del beso furtivo para cambiar la vida de la gente nos empuja inexorablemente a besar
La historia de amor de Paolo y Francesca es potente y, al mismo tiempo, de una tristeza abrumadora. Trata del amor “romántico”, sellado con un beso, que trasciende la vida y la muerte, a pesar de que la sociedad ve su acción como un pecado. Como Julieta le dice a Romeo en la versión shakespeariana de esa tragedia medieval: “Ahora tienen mis labios el pecado que han tomado de los tuyos”. A lo que Romeo responde: “¿El pecado de mis labios? ¡Dulce reproche! Devuélvemelo”. Desde el principio, el beso y el “amor desdichado” van de la mano. Acaso esa sea la única posibilidad para el amor verdadero: quizá pecaminoso, como dice Julieta, pero irresistible. Hoy en día encontramos este mensaje implícito en todas las historias de la cultura de masas, desde las películas hasta las novelas superventas. El poder del beso furtivo para cambiar la vida de la gente nos empuja inexorablemente a besar.
En la literatura de amor cortés, las mujeres aparecen retratadas como seres “angélicos”, no meros objetos sexuales. El beso se concebía como un camino hacia el amor espiritual, no un preludio del sexo. La idea de la mujer como ángel ha perdurado, y puede verse en canciones populares como Pretty Little Angel Eyes (1961), de Curtis Lee, y Next Door to an Angel (1962), de Neil Sedaka. Sus letras resuenan con las metáforas celestiales de los poemas y los cantos medievales. Por supuesto, en algunos de los retratos líricos la metáfora del ángel se yuxtapone con la de demonio, como en The Devil in Disguise (1963), de Elvis Presley.
'El beso', de Rodin.
'El beso', de Rodin. / Peter Barritt/Robert Harding
Resulta sorprendente pensar que el beso podría haber surgido al mismo tiempo como un acto de amor y de desafío contra las costumbres anquilosadas del cortejo, tal y como insinúa la historia de Paolo y Francesca. Desde esa época, besar se ha convertido en la acción romántica por excelencia. ¿Hay algo más romántico que dos personas abrazándose, mirándose a los ojos y, como colofón de ese momento romántico, besándose en los labios? En ese instante, el beso transporta a los amantes a otro nivel de la existencia, muy por encima de lo mundano. Solo cuando el romance concluye, el poder del beso se desvanece. Como vivimos en una aldea global, el beso se ha extendido por todo el mundo, haciéndose un hueco en tradiciones y tipos de cortejo por doquier. El beso sigue siendo una acción de amor subversiva, y tiene un gran significado, pues provoca una compleja serie de reacciones químicas que potencian los sentimientos románticos y hacen que los actos físicos, como las relaciones sexuales, sean mucho más significativos e íntimos. El beso es, en pocas palabras, un “elixir” embriagador.
A fin de cuentas, el romance es un ideal, una parte de la forma en que fantaseamos sobre el mundo. Todos desean vivir una gran historia de amor, aunque puede que nunca llegue. El beso concierne a lo ideal, no a lo real. Durante unos instantes, suspende la realidad y el mundo se vuelve perfecto. Cuando funciona, hace añicos lo cotidiano, nos olvidamos de las banalidades que constituyen el día a día. Celebrémoslo siempre y confiemos en que nunca desaparezca.