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domingo, 31 de mayo de 2015

Sin preocupación por lo que piensan de ti de Jennifer Delgado

10 frases geniales para dejar de preocuparse por lo que los demás piensan de ti

Jennifer Delgado
 
 
 
 

Aprendemos a ser nosotros mismos a través de los demás. Primero nos miramos en los ojos de las personas que nos rodean, como nuestros padres, y después nos formamos una idea bastante imprecisa de quiénes somos. A lo largo de los años, esa idea se va perfilando mejor, en parte gracias a las personas que encontramos en nuestro camino. Estas nos van dando pistas que confirman o refutan nuestra autopercepción. En ese proceso se forma nuestra personalidad.

El principal problema radica en que los demás se convierten en maestros alfareros que contribuyen a moldear nuestra autoestima y autoconfianza, aunque no sepan cómo hacerlo y a menudo ni siquiera sean plenamente conscientes de ello.

Obviamente, el problema surge cuando le prestamos demasiada atención a las opiniones de los demás, cuando nos preocupamos excesivamente por lo que piensan de nosotros, hasta tal punto que tomamos decisiones importantes motivados solo por el deseo de agradar o encajar.

Por supuesto, no podemos desentendernos por completo de las opiniones de los demás, porque somos seres eminentemente sociales. Sin embargo, cuando te importa más el qué dirán que tu satisfacción, cuando priorizas la aceptación de los demás sobre tu propia felicidad, entonces, antes o después, tu camino se torcerá y cuando mires a tu alrededor, solo verás insatisfacción.

Por eso es fundamental encontrar un justo equilibrio entre la persona que queremos ser, y la persona que los demás quieren que seamos. No es fácil, pero el camino vale la pena. 

10 grandes personajes, 10 grandes frases para ser auténtico


1. Los ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas. - Virginia Woolf

La gran escritora, que terminó suicidándose, sabía muy bien de qué hablaba, sobre todo porque le tocó vivir en una sociedad donde el mundo literario estaba dominado por hombres. Y es que en muchas ocasiones, el prisma a través del cual nos ven los demás, implica tan solo una visión limitada de nosotros mismos, porque no hay nadie mejor que nosotros mismos para conocer nuestras potencialidades. 

2. No tengo la responsabilidad de ser como los demás esperan que sea. Es su error, no mi defecto. - Richard P. Feynman

Feynman no fue un físico común, si lo hubiera sido, quizás no habría ganado el Nobel. Por eso, nos alerta sobre el peligro de pensar que cuando no cumplimos con las expectativas de los demás, la culpa es nuestra, sentimos que hemos fracasado. A veces esa sensación es tan grande y se enraíza tan adentro, que la arrastramos por toda la vida, sobre todo cuando hemos desilusionado a personas que son importantes para nosotros, como pueden ser nuestros padres. Sin embargo, no cumplir con las expectativas de los demás no es un error y mucho menos un defecto, no debemos dejar que otros pretendan vivir a través de nuestra vida, dándole forma a nuestras aspiraciones.

3. Expresa lo que eres y di lo que sientes, porque a quienes les preocupa no cuentan y a quienes cuentan, no les preocupa. - Theodor Seuss Geisel

El escritor y caricaturista no solo se refería a la autoconfianza sino también al amor y la aceptación. El verdadero amor no pone condiciones, es aquel que acepta a la persona no a pesar de sus defectos, sino también por sus defectos. Las personas que verdaderamente cuentan en nuestras vidas son aquellas que nos empujan a sacar lo mejor de nosotros mismos, las que nos dan ánimos y nos sostienen, no las que intentan atrofiar nuestras potencialidades. 

4. Solo hay una manera para evitar las críticas: no hacer nada, no decir nada y no ser nadie. – Aristóteles

El gran filósofo griego sabía que resulta prácticamente imposible escapar a las críticas, a menos que seas tan insignificante que no despiertes el interés de nadie. Las críticas a menudo están basadas en la envidia, por lo que en muchas ocasiones son simplemente un signo de que vamos por buen camino. Por eso, antes de desmoralizarnos y plantearnos abandonar, debemos considerar si se trata de una crítica constructiva, que nos permita mejorar o, al contrario, es una crítica que solo pretende hacer daño. En ese caso, es mejor hacer oídos sordos.

5. Ser uno mismo, en un mundo que está constantemente tratando de hacer que seas alguien diferente, es el mayor logro. - Ralph Waldo Emerson

El escritor y filósofo que sentó las bases del trascendentalismo nos invita a ser nosotros mismos. Emerson pensaba que todos tenemos un Dios interior y que debemos dejarnos llevar más por la intuición. Por eso, no importa a qué añoremos o qué logremos, siempre y cuando eso nos haga felices. El simple hecho de atreverse a soñar algo diferente e intentar alcanzarlo, expresándonos con autenticidad, es ya un motivo suficiente para sentirnos orgullosos de nosotros mismos. 

6. La recompensa por la conformidad es que le gustes a todo el mundo, excepto a ti mismo. - Rita Mae Brown

La escritora estadounidense no pudo expresarlo mejor. Intentar agradarles a todos y buscar la aceptación y la aprobación de los demás, es el camino más directo hacia la insatisfacción. Cuando adoptamos los sueños de los otros, nos olvidamos de los propios por lo que terminamos atrapados en una vida que no nos satisface porque carece de ilusión y pasión. 

7. Preocúpate por lo que otras personas piensen, y siempre serás su prisionero. - Lao Tzu

El taoísmo ensalza el poder de la persona y, sobre todo, su capacidad para reflexionar y decidir por sí misma. Por eso, no es extraño que de la mano de uno de sus principales filósofos nos llegue esta advertencia: cuando nos sometemos a las expectativas de los demás, cuando dejamos que piensen por nosotros, estamos en sus manos y nos convertimos en una presa fácil de la manipulación emocional. Recuerda que solo puede dañarnos aquello a lo que le damos importancia.

8. Los grandes espíritus siempre encontrarán la violenta oposición de las mentes mediocres. Albert Einstein.

Einstein sabía muy bien de qué hablaba, sabía que desafiar lo establecido no es fácil. Las personas suelen presentar una gran resistencia al cambio, por lo que cualquier idea que desafíe las convenciones, puede representar un peligro. Muy pocos son capaces de ver más allá por lo que intentarán que te detengas. Sin embargo, recuerda que una vocación incumplida, puede drenar el color de toda una vida. 

9. El individuo siempre ha tenido que luchar para no ser aniquilado por la masa. Si lo intentas, a menudo te sentirás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser el dueño de sí mismo. - Friedrich Nietzsche

Nadie dijo que el camino hacia la autenticidad fuera fácil. De hecho, encontraremos muchas personas que nos desanimarán y nos invitarán a seguir las reglas preestablecidas. Por eso, a veces podemos sentirnos solos e incomprendidos. Sin embargo, el regalo es enorme porque implica ser dueños de nuestro destino, poder decidir qué queremos hacer con nuestra vida.

10. Tu tiempo es limitado, así que no lo desperdicies viviendo la vida de alguien más. – Steve Jobs

Steve Jobs sabía que tenía cáncer. Durante los años que pasó luchando contra esa enfermedad, tuvo mucho tiempo para reflexionar y dejarnos una enseñanza iluminadora: no dejes que los demás te impongan sus sueños, no intentes satisfacer continuamente sus expectativas porque al final del viaje, será la vida quien te pase factura. El tiempo que tenemos es demasiado corto, por lo que no debemos desperdiciarlo haciendo algo que no nos satisface, simplemente porque los demás lo hacen o porque siempre se ha hecho así.

domingo, 17 de mayo de 2015

Yo la tengo : I ll be around


Fascinación por la penumbra . Felisberto Hernandez . El Pais.

 

El uruguayo Felisberto Hernández es un narrador sin secuelas: nadie escribe como él. Se inspiró en el desorden de la realidad

 

Felisberto Hernández, visto por Sciammarella.
A los argentinos nos gusta pensar en la categoría de rioplatense cuando algo que ha surgido en la otra orilla del Río de la Plata nos seduce. Es un modo práctico de adueñarnos de Felisberto Hernández, de Onetti o de Levrero. Pero nuestros vecinos uruguayos saben de nuestro canibalismo intelectual y no caen en la trampa.
De los tres mencionados, el más inasible es Felisberto Hernández. Nos despierta una fascinación que no se aplaca con el tiempo, pero que permanece esquiva a las grandes ventas. Así como cada uno de sus cuentos, él mismo es un enigma. Un escritor sin secuelas, porque nadie escribe como él. Y sin precuelas, aunque uno podría emparentarlo con Bruno Schulz, por ejemplo. Otro raro, de profesión doble. Felisberto era pianista y compositor; Bruno, dibujante, retratista. Uno y otro evadieron la indagación realista y la pretensión de verosimilitud, instalando una escritura anómala, original, que parece un recorte fuera del tiempo. Literatura claustrofóbica la de Hernández, escindida de cualquier contexto social. Frenesí lírico la de Schulz. Ambos se sumergen en la infancia con digresiones fantásticas que incluyen muñecas o maniquíes, extravagancias temporales y, también, hombres tímidos con delirios de grandeza.
En su Explicación falsa de mis cuentos (1955), Felisberto escribió: “En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir”. Además de negarle a esa creación en ciernes una conciencia de sí, una lógica, le pide “que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea”. En ese texto, además, introduce una figura: la del contemplador. No hay escritor, sino alguien que contempla cómo crece esa intención de cuento.
Los narradores de sus relatos también miran, a veces implicados, otras desde afuera. Sucede que el disparador de sus ficciones suele ser una imagen: “Primero se veía todo lo blanco” (El caballo perdido, 1943), “En mi último año de escuela veía yo siempre una gran cabeza negra apoyada sobre una pared verde pintada al óleo” (‘Menos Julia’, Nadie encendía las lámparas, 1950), “Al lado de un jardín había una fábrica y los ruidos de las máquinas se metían entre las plantas y los árboles” (Las hortensias, 1949).
Nacido en Montevideo en 1902, Felisberto Hernández comenzó a estudiar piano antes de los diez años. Y no puede evadirse el hecho de que se dedicó algún tiempo a musicalizar películas mudas. Había escasez económica en la familia. Entonces, las imágenes en silencio eran convertidas por él en sonido, reinventadas en el teclado.
La vida amorosa de Felisberto Hernández había comenzado con un matrimonio convencional y después se orientó hacia lo imprevisible
Sin trama, aunque enlazadas en la oscuridad de un cine, los fotogramas dan cuenta del enrarecimiento, la música pasa a ser una respiración que alienta o ralentiza la acción, según el criterio del pianista. Felisberto era un intérprete de escenas ajenas, oscuras. Más tarde, los conciertos en teatritos, la actividad errante. Estadías breves en pueblos, ciudades chicas o balnearios. La escasez de luz se repite en sus ficciones, hay organismos solitarios de visita y uno debe habituar las pupilas a la escasez de iluminación para entrever la forma. Los cuentos parecen nacer del deseo de encender levemente esas zonas desatendidas, donde no hay vestigio concreto de lo acontecido sino una emisión tibia de lo que ya no es. Mirar hacia atrás se parece a matar el presente. Sus personajes parecen ideas sin tiempo. Objetos, seres, muebles o pensamientos conviven en el mismo escalafón de realidad. Como apariciones veladas, absurdas, en sus relatos se cruza una extraña memoria doméstica de las cosas, con cierta penumbra irracional. Los personajes tienen pensamientos extraños, se desconocen. A veces, el amor es el modo de adormecerlos: “Esa misma noche le confesé que mirándola descansaba de unos pensamientos que me torturaban”. Y entonces, interviene lo inesperado, el narrador le manifiesta a la misma señorita que “mi cabeza era como un salón donde los pensamientos hacían gimnasia, y que cuando ella vino todos los pensamientos saltaron por la ventana” (Las dos historias, 1950). En otras ocasiones, la ausencia de amor provoca escenas enrarecidas, como las que atesora Horacio, el protagonista de Las hortensias, un coleccionista de situaciones perversas que incluye muñecas en vitrinas y cuerpos llenos de agua caliente.
Creo que mi especialidad está en escribir lo que no sé, pues no creo que solamente se deba escribir lo que se sabe"
Felisberto Hernández
La vida amorosa de Felisberto Hernández había comenzado con un matrimonio convencional y después se orientó hacia lo imprevisible. En 1947, después de un segundo divorcio, conoció en París a África de las Heras, o María Luisa, o Ivonne, tales los seudónimos que utilizaba indistintamente la veterana de guerra y espía del KGB que lo conquistó con fines estratégicos. África debía crear una red latinoamericana dedicada al espionaje y el escritor montevideano le servía de tapadera. Ella simuló ser modista y lo sedujo sin pérdida de tiempo. Se casaron en Montevideo al año siguiente y fueron infelices durante dos años. Él nunca supo de las actividades de ella, aunque las labores de la señora Hernández parecían creadas por la imaginación de Felisberto. África transmitía en clave mensajes desde Montevideo a través de una máquina denominada Enigma. “Estando bien las máquinas, no hay ningún inconveniente”, escribió él en el pasaje final de La casa inundada. “A la noche muevo la palanca, empieza el agua de las regaderas y la señora se duerme con el murmullo”.
Hubo más amores, y después, el reconocimiento. La leucemia dijo basta en 1964. Pero quedaron sus cuentos, sutiles pesadillas que gatean despacio a la hora del crepúsculo.
En el tomo I de las Obras completas del escritor, publicadas en 1983, aparece esta autorreflexión de Felisberto sobre su obra: “Creo que mi especialidad está en escribir lo que no sé, pues no creo que solamente se deba escribir lo que se sabe. Y desconfío de los que en estas cuestiones pretenden saber mucho, claro y seguro. (…) Me seduce cierto desorden que encuentro en la realidad y en los aspectos de su misterio. Y aquí se encuentran mi filosofía y mi arte”.

lunes, 11 de mayo de 2015

La Luz de Nelson Mandela


 
Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”.

6 motivos (científicos) por los que es bueno leer

 

Los libros son las pesas de tu cerebro. Y no dan agujetas

Marilyn Monroe leyendo
Marilyn Monroe leyendo.

Leer es divertido y fácil. Los libros educan, dan tema de conversación, proporcionan compañía y son baratos, incluso gratis, si recurres a una biblioteca o al proyecto Gutenberg. Pero además de todo eso, leer es bueno para tu cerebro. Te hace más listo, te relaja, incluso te ayuda a ser mejor persona. En serio. Pero eso no son motivos para leer. Sólo son efectos secundarios. Aquí van seis de ellos.
1. Una escuela de empatía. La lectura es tecnología para acceder a otros puntos de vista, como escribe Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro. Leer nos permite acceder a “mundos que sólo pueden ser vistos a través de los ojos de un extranjero, de un explorador o de un historiador”, lo que puede llevarnos a que una norma que no nos cuestionamos (“así es como se hace”) pase a ser una observación explícita (“así es como nosotros lo hacemos”), susceptible de replantearse (“¿no podríamos hacerlo de otra forma?”).
Esto es especialmente válido para la ficción, que nos permite acceder a la forma en la que piensan y sienten personas muy diferentes. En opinión de Giovani Frazzetto, autor de Cómo sentimos, leer la historia de diferentes personas nos ayuda a comprender los sentimientos y pensamientos ajenos, sin que sea tan importante que esas personas sean reales o imaginarias.
Tal y como publicaba el New York Times, citando varios estudios, “hay un solapamiento sustancial en las redes del cerebro que se usan para entender historias y las redes usadas para interactuar con otros individuos, en particular, las interacciones en las que intentamos entender los pensamientos y sentimientos de los demás”. Y añade: “Los individuos que leen ficción a menudo parecen mejores a la hora de entender a otra gente, empatizar con ellos y ver el mundo desde su perspectiva”.
“Transferir la experiencia de leer ficción en situaciones del mundo real es un salto natural, según explica en The Guardian David Comer Kidd, coautor de un estudio que también relaciona lectura y empatía: “Usamos los mismos procesos psicológicos para entender la ficción y las situaciones reales. La ficción no es sólo un simulador de experiencias sociales, sino que es una experiencia social”.
2. Gimnasia cerebral. La lectura mantiene el cerebro en forma; de hecho, toda actividad mental estimulante, como el ajedrez o los crucigramas, ayuda a que nuestra mente aguante con salud durante décadas. Leer incluso podría ayudar a prevenir el alzheimer.
Durante la lectura hay “un incremento sustancial e inesperado en el flujo sanguíneo en el cerebro, más allá de las áreas responsables de la ‘función ejecutiva’, las normalmente asociadas con prestar atención a una tarea”, explica Natalie Phillips, responsable de una investigación que hizo resonancias magnéticas a gente que estaba leyendo. “Prestar atención a textos literarios requiere la coordinación de múltiples funciones cognitivas complejas”. Eso sí, se trata de lectura atenta y reposada. Este tipo de lectura facilita el pensamiento analítico y crítico, tal y como recuerda Mayanne Wolf, y también nos ayuda a concentrarnos y a centrarnos en un tema y no en veinte a la vez.
3. Es muy positivo que la gimnasia comience lo antes posible. Según la neurocientífica Susan Greenfield, la lectura ayuda a ampliar la capacidad de atención de los niños, ya que “las historias tienen un comienzo, un desarrollo y un final", es decir, "una estructura que empuja a nuestros cerebros a pensar de forma secuencial, y a enlazar causa, efecto y significado".
Comenzar a leer de niños (y hacerlo mucho) ayuda a desarrollar la comprensión lectora, a ampliar el vocabulario y está relacionado con un mayor conocimiento tanto académico como práctico en los siguientes años, según varios estudios de Anne E. Cunningham, de la Universidad de Berkeley, y Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto.
Otro estudio del Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati (Ohio) apunta que los niños de entre 3 y 5 años a quienes se lee cuentos también muestran mayor actividad cerebral en las imágenes de resonancia magnética. No sólo en las áreas que dan significado al lenguaje sino también en las que son importantes para la visualización, probablemente porque se imaginan la historia. El responsable del estudio recomienda leer cuentos a los niños con regularidad y además conversar con ellos sobre las historias.
Es positivo que esta actividad se mantenga también durante la adolescencia, ya que es una etapa en la que necesitamos una experiencia rica en emociones: las reacciones emocionales son más intensas y tenemos más capacidad de aprendizaje que de niños o de adultos. Además, la literatura ayuda a forjar nuestra identidad, ya que altera nuestras conexiones mentales y crea nuevas ideas y formas de pensar.
4. Relaja. Uno de los efectos positivos que tiene agarrar un libro y no soltarlo durante un buen rato es que es un buen ejercicio de relajación. De hecho, y según un estudio de la universidad de Sussex, leer relaja más que escuchar música, dar un paseo, tomarse una taza de té o los videojuegos.
5. No hay diferencia con los libros electrónicos. Casi. Los e-books son exactamente igual que los físicos. Excepto por el pequeño detalle de que no son físicos. Parece algo obvio y que no tiene importancia, ya que lo que leemos son las palabras y no el papel, pero tiene sus implicaciones, especialmente a la hora de estudiar: leer en un e-book es como leer de una página infinita y nos resulta más difícil recordar lo que hemos leído si no tenemos referentes como la posición del texto en la página o si estaba en la página izquierda o derecha, por ejemplo. Cuantas más asociaciones de este tipo podamos hacer, más fácil resultará memorizar un texto, tal y como recoge Time. Y por eso agradecemos que el lector de libros electrónicos nos dé toda la información que pueda, como el número de página o incluso el porcentaje leído. Nos ayuda a orientarnos.
Aparte de este detalle, no hay por qué tenerle manía al libro electrónico: sólo tardamos siete días en adaptarnos a su uso, como a cualquier otra tecnología.
6. Leer es sexy. Esta frase no es sólo una excusa para publicar fotos de gente guapa que tiene un libro entre las manos casi por casualidad. Tiene base científica: por un lado, leer aumenta la inteligencia, como explica en The Guardian Dan Hurley, autor de Smarter: The New Science of Building Brain. Leer incrementa nuestra capacidad de comprensión, de solucionar problemas y de detectar patrones. También mejora la inteligencia emocional (incluyendo la ya mencionada empatía). Por otro lado, la inteligencia es un atributo que deseamos en nuestras parejas. Según el psicólogo evolutivo Geoffrey Miller, autor de un estudio al respecto: “Rasgos como el lenguaje, el humor y la inteligencia han evolucionado en ambos sexos porque son sexualmente atractivos”.
En conclusión, leer es sexualmente atractivo. No sé qué más queréis.

El largo adiós de Sophie Calle

 

 
El largo adiós de Sophie Calle1Ayer Sophie Calle me envió su libro Prenez soin de vous (Cuídate). Cuando vi que podía también traducirse por Que dios te ampare, sentí un cierto escalofrío. ¿Se estaría sutilmente despidiendo de mí?
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Las cartas de amor -decía Pessoa- son ridículas. Pero ¿qué decir de las de ruptura? Sin duda también pueden serlo. La que Sophie Calle recibió no hace mucho (un e-mail para ser más exactos) contenía una serie de explicaciones por parte de G. que desembocaban en una fría, glacial despedida: "Prenez soin de vous".
No sabiendo Sophie Calle qué responder y no acabando de entender la irónica y cruda recomendación final, decidió pedir a 107 mujeres que interpretaran esa carta. Y así comenzó una de las más interesantes aventuras estéticas de los últimos años, el libro Prenez soin de vous. En él encontramos bailarinas, criminólogas, periodistas, astrólogas, poetas, matemáticas, dramaturgas, traductoras, pintoras: todas interpretando, subrayando, mordiendo, analizando sintácticamente, decodificando el mensaje de G.
"Recibí un e-mail de ruptura", explica Sophie en su libro. "No supe qué responder. Fue como si no fuera conmigo aquello. Terminaba diciendo: 'Cuídate'. Tomé la recomendación al pie de la letra. Pedí a 107 mujeres que me ayudaran a interpretar el e-mail. Que lo analizaran, lo comentaran, lo representaran, lo bailaran, lo cantaran, lo disecaran, lo agotaran. Que hicieran el trabajo de comprender por mí. Que hablaran en mi lugar. Una manera de tomarme mi tiempo para romper. A mi ritmo. En definitiva, cuidarme".
En Prenez soin de vous se observa que aquello que nos toca en lo más íntimo -la ruptura de un amor, por ejemplo- no tiene por qué necesariamente ser un asunto personal. Al contrario, se inscribe en un campo común, universal. ¿Quién no ha cruzado, en algún momento de su vida, por una historia así? Alan Pauls analizó espléndidamente el amor después del amor en su novela El pasado, obra maestra sobre el tema. Sobre este asunto lo cierto es que todo el mundo tiene algo que contarte. Son famosas unas palabras de Woody Allen: "Mi mujer se fue con otro; entonces, yo la dejé".
3
En cuanto al amor, cualquier definición de vitalidad está ligada de algún modo a él. Fue interesante, el otro día, la respuesta de Imre Kertész cuando le preguntaron si tuvo momentos felices en Auschwitz: "Sí que los tuve, surgen de lo profundo de uno, y como el mar te inundan, pasan muy rápido, pero dejan el recuerdo, es la vitalidad". El amor, cuando hay ruptura, también pasa rápido y es la vitalidad y surge, en efecto, de lo más profundo y deja el recuerdo, también el recuerdo -a veces lamentable- de la ruptura: a veces lamentable, sí, pero en otras alegre, porque yo siempre he visto un lado liberador en ciertas rupturas.
El libro de Sophie me ha recordado Carta breve para un largo adiós, la gran novela de Peter Handke. Al regresar a su hotel, el Wayland Manor, cerca de Nueva York, un hombre de 30 años recibe del portero las llaves de su habitación y un sobre con una carta (breve) que dice así: "Estoy en Nueva York. Por favor, no me busques; no te resultaría agradable encontrarme".
Tras la carta breve de ruptura y a modo de instintiva reacción de supervivencia, el hombre se abrirá al mundo, viajará a lo largo y ancho de Estados Unidos, leerá emocionado El gran Gatsby -la biblia de los amores truncados- y convertirá su pequeño asunto personal en un asunto de todos, en un viaje de apertura hacia el paisaje de los demás, en un libro sobre la historia de su largo adiós. En cierta forma, el personaje de Handke actúa de un modo parecido a Sophie Calle con su e-mail o carta breve. Sólo que Sophie parece tener mejor humor. En las páginas finales de su libro aparece fotografiada una cacatúa que también lee el e-mail de G. y acaba metiendo su pezuña en él. Puede que haya cartas de amor ridículas, pero también las hay muy peligrosas.
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A veces hay personas que, sin saber que estaban enamoradas, se despiden para siempre. En un cuento muy breve de Ray Bradbury titulado Hasta nunca suena un golpe suave en la puerta de una cocina que da a un jardín. Cuando la señora O'Brian abre, se encuentra con su mejor inquilino, el señor Ramírez, acompañado de dos policías de inmigración. Después de 30 meses de estancia allí, su mejor inquilino ha sido descubierto y, por no tener papeles legales, va a ser devuelto al otro lado de la frontera. El señor Ramírez está allí para despedirse de la señora O'Brian. "Adiós, señora, se ha portado usted bien conmigo. Adiós, señora. No nos veremos nunca más", le dice. Cuando ella se queda sola y entra en su casa y sus hijos le reclaman la comida, se queda de pronto muy pensativa. "¿Qué te pasa, mamá?", preguntan. La señora O'Brian les dice, con una gran pena súbita: "Que me acabo de dar cuenta de que no veré nunca más al señor Ramírez".
Cada día nos despedimos de alguien a quien no veremos más. Como siempre estamos peligrosamente despidiéndonos, hay tardes en las que me despido de todo el mundo y, cuando me quedo solo, decido retardar mi regreso a casa para evitar que me ocurra lo de una amiga que se despidió y ya nunca la volvimos a ver. Voy entonces a lugares extraños y hablo con desconocidos y de todos luego me despido: "¡Adiós, señora O'Brian, ya no nos veremos más!". Son simples precauciones, vacunas para evitar que el vacío de cualquier desaparición, por ínfimo que sea, termine por agrandarse en cualquier momento, en la noche menos pensada.

sábado, 9 de mayo de 2015

100 min de Bach en el río


Karl Ove Knausgård: “Yo soy simple, pero mi literatura no lo es”

 La misión de la literatura no debería ser más ficción, sino la realidad, el sentimiento y el sentido de realidad
Karl Ove Knausgård. /

P. No presumir es un valor que le inculcan desde niño, aunque desea destacar. ¿Mostrar la vulnerabilidad, la vergüenza y el miedo es una manera de compensar que escribe sobre sí mismo?
R. Mostrarse y esconderse es algo que va siempre en relación con los demás: te colocas en un sitio y luego lo evalúas a través de esos ojos. Lo que intenté fue librarme de eso y escribir de forma totalmente abierta: no estoy mostrando nada, simplemente esto es lo que es, un estado mental. Es la única manera en la que podía escribir, sin la presencia del otro, porque no podía contar muchas de las cosas que hay en el libro, la vulnerabilidad u otras cosas de las que es imposible hablar. Buscaba una libertad literaria donde fuera posible ser simplemente, y escribir sobre todo. Da igual si es bueno o malo, no hay cálculo. Aunque claro, obviamente, hay un elemento de construcción, un equilibrio.

viernes, 1 de mayo de 2015

Fotografia de 1913

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A pesar de su talento como fotógrafo, Mervyn Joseph Pius O'Gorman pasó a la historia como uno de los ingenieros aeronáuticos más brillantes de Inglaterra. Irlandés de nacimiento, O'Gorman dirigió la precursora de la RAF durante la Primera Guerra Mundial. O'Gorman no se tomaba especialmente en serio como artista en lo fotográfico: "Es muy interesante que O'Gorman no fuera un fotógrafo profesional o un miembro de una asociación de fotografía. Era un amateur entusiasta y es posible que este interés en la técnica del autocromo fuera más fruto de su pasión por las innovaciones tecnológicas que por sus aspiraciones artísticas. Aunque sí publicó un libro de poesía y persiguió otras metas artísticas durante su vida", explica Colin Harding, comisario del National Media Museum.

Paisajes mágicos para Virginia Woolf

 

Por los escenarios de Sussex que inspiraron a la escritora británica, a su hermana Vanessa y a los demás miembros del grupo de Bloomsbury. La BBC estrena este año una serie sobre ellos

Acantilados de creta de Seven Sisters, en Sussex (Inglaterra).
Una mujer camina hacia los acantilados de creta de Seven Sisters, en Sussex (Inglaterra). / P. Mansfield
La obra de Virginia Woolf tiene una tremenda fuerza y sentido por sí sola, pero no menos lo tuvieron su vida y sus circunstancias. Sobre todo su hermana mayor, Vanessa. Ambas nacieron al final de la era victoriana en un barrio pudiente de Londres. La muerte de la madre y luego del padre, sir Leslie Stephen, así como después la de Thoby, el hermano mayor, les brindaron la posibilidad de romper con las rigideces victorianas, sin renunciar a algunas de sus virtudes. Dejaron la oscuridad y el tedio de Kensington y se instalaron en un barrio entonces nada chic, Bloomsbury, en una vivienda luminosa y abierta.
Allí Vanessa se dedicó a la pintura y Virginia a escribir. Allí reunieron a unos cuantos hombres especiales. Lytton Strachey, Maynard Keynes, Morgan Forster, Clive Bell, Leonard Woolf, Duncan Grant, Roger Fry: todos tenían un talento particular. Les unía un espíritu de renovación estética y moral, el deseo de romper con la hipocresía y la estrechez de miras de la sociedad inglesa. Sin el artístico pragmatismo de Vanessa y el genio, la inteligencia y los ojos verdes de Virginia quizá el grupo se hubiera deshecho bien pronto y no sería hoy una leyenda de emancipación reconocida en todo el mundo. Y una apasionante novela, llena de extraños y a veces perversos vínculos amorosos, con una sensualidad elevada a la categoría de arte.

Un refugio amable y bucólico

El estudio pintado por Duncan Grant y Vanessa Bell en la casa de Charleston.
El estudio pintado por Duncan Grant y Vanessa Bell en la casa de Charleston. / Michael Boys
Vine a Sussex en busca de las huellas aún frescas de las hermanas Stephen. De sus vidas y moradas en Londres apenas queda nada: las bombas alemanas y la especulación las hicieron desaparecer. Vanessa y Virginia, así como el resto de la troupe, llegaron a Sussex en la primera década del nuevo siglo atraídos por su paisaje amable y bucólico, bello de una manera inexplicable. Quizá encontraban al abrigo de los Downs, colinas de creta que se extienden a lo largo de 600 kilómetros de Hampshire a Beachy Head, el enlace entre la vanguardia y el mundo de los druidas. No era una región muy poblada entonces y tampoco lo es ahora. Lo que sedujo a aquellos intelectuales estoicos sigue estando aquí: el silencio ondulado de la tierra, la brisa que llega del mar y la sensación de que las serenas colinas patrulladas por ovejas sin esquilas tienen un destino más allá de la hierba.
Virginia decía que una mujer que escribe necesita dos cosas: dinero y una habitación propia. Ella consiguió ambas gracias a su propio esfuerzo. Tuvo tres casas en Sussex y habitó al menos en cinco. Fue ella quien atrajo a su hermana a esta luz campestre que acallaba sus voces londinenses. Primero tuvo una habitación en la casa de Asheham, que alquiló con Vanessa cuando aún las dos eran solteras. Luego los Woolf compraron Monk’s House, en Rodmell, pueblo a tres millas de Lewes, la capital del condado. Pero antes, ese mismo año de 1919, Virginia se había enamorado de una casa con aspecto de jaula de pájaros colgada de una de las colinas de Lewes. “La compramos a ciegas, en la emoción del momento”, escribió en su diario, según leo en la placa que figura en la fachada, donde dice que Virginia vivió aquí.
La calle principal de Lewes, en Inglaterra.
La calle principal de Lewes. / Grant Rooney
Paseando por Lewes es fácil entender el encanto que tenían para ella esta pintoresca ciudad y sus alrededores. Las arquitecturas medieval, eduardiana y georgiana se mezclan con naturalidad. Un río escurridizo y un castillo erigido sobre restos romanos y sajones, para defender la ruta entre Londres y Normandía, definen sus líneas. Estación intermedia de South Downs, en Lewes se respira una atmósfera mágica, como si fuera el hogar de curanderos. Esta parte de Inglaterra fue el último bastión del paganismo británico. Aquí la noche de Guy Fawkes he visto cómo la ciudad se envuelve en llamas y la gente desfila por las calles lanzando gritos de guerra.
Subo y bajo cuestas desde las que se vislumbran colinas de tonos verdes y ocres, y al fondo la bruma que anuncia el mar cercano. Una vetusta librería torcida del siglo XV parece a punto de desmoronarse en un montón de vigas negras. Sobre un estanco de la High Street Thomas, Paine sentó sus reales como revolucionario. Paso junto a la casa que Enrique VIII construyó para Anne de Cleves al divorciarse de ella. Nunca llegó a habitarla. En el centro, donde el río Ouse forma un canal para veleros y balandros, la fábrica de cerveza Harveys se extiende como una catedral laica. Y sobre el puente, un hombre pronuncia un sentido discurso subido a un taburete.

Amores campestres

Fachada de Charleston, casa donde vivió Vanessa Bell (la hermana de Virginia).
Fachada de Charleston, casa donde vivió Vanessa Bell (la hermana de Virginia). / Michael Boys
Virginia caminaba mucho. Había heredado las piernas de su padre, buen escalador. Desde su casa en Rodmell iba paseando a Lewes cada tarde, o utilizaba la bicicleta. Atravesaba el río Ouse, donde se ahogó, y a menudo llegaba a Charleston, la finca de Vanessa en Firle (lo que significaba al menos tres horas y media de camino desde su casa), donde la hermana mayor se había instalado con su amante homosexual Duncan Grant, y la aquiescencia de su marido, Clive Bell, para enraizar una vida de pintora y madre bohemia. Ambas hermanas se complementaban, los puntos fuertes de una eran los débiles de la otra. Durante décadas se escribieron cartas todos los días. Vanessa decía que jamás había recibido cartas de amor como las de Virginia.
Después de la guerra de 1914, la aislada granja de Charleston se convirtió en el refugio campestre de los brillantes y desinhibidos “apóstoles”, como se llamaban los miembros de Bloomsbury. Esos personajes que conoció en Cambridge el malogrado Thoby venían a gozar de las dotes de anfitriona de Vanessa, que les dejaba a su aire y les otorgaba su protección. A veces coincidían Clive, el marido de Vanessa, con la pareja de ella, el pintor Duncan Grant, y el amante de este, el joven David Garnet. Además del economista Maynard Keynes y el agudo biógrafo Lytton Strachey (ambos antiguos amantes de Duncan, quien también lo había sido del hermano menor de las Stephen, Adrian) y el crítico Roger Fry.
Comedor de Charleston, casa donde vivió la hermana de Virginia Woolf.
Comedor de Charleston. / Michael Boys
En Charleston, en la placidez de Sussex, ellos seguían cultivando la conspiración de amistad e ingenio que les unía. Al mismo tiempo que creaban en torno a ellos una autoexigente supremacía intelectual, por no hablar del embrollo en que convertían sus vidas. Garnet, por ejemplo, añadiría veinte años después otro capítulo morboso a la novela del grupo. Angelica, la hija menor de Vanessa, se casó con él, que había sido amante de su padre (Duncan Grant) y azote emocional de su madre. Aunque artista ella misma, Angelica escribió en sus amargas memorias, Deceived with kindness(amablemente engañada), que hubiera preferido una familia sin tantos genios, con unos padres que se acordasen de su cumpleaños. A ella le tocó parte de la desgracia que ha rondado siempre a la familia, pues su hija Amaryllis pereció ahogada en el Támesis.

El jardín entre nubes

Puerta pintada por Angelica Bell, hija de Vanessa Bell y Duncan Grant, en Charleston.
Puerta pintada por Angelica Bell, hija de Vanessa Bell y Duncan Grant, en Charleston. / Michael Boys
El retrato que Vanessa hizo de su hermana en 1912 cuelga ahora en el comedor de la que fue su casa, Monk’s House. Virginia se acababa de casar tras muchas dudas, que luego la sumirán en una fuerte crisis, la mayor de las cinco que tuvo. El pelo corto, la mirada perdida, los labios a punto de hablar: hay algo masculino en este retrato. Pero las manos apenas esbozadas, que parecen retorcerse, hablan de una desazón muy femenina. Meses antes Virginia había escrito a Vanessa: “Tener 29 años y estar soltera, ser una fracasada, no tener hijos, estar loca…, no ser escritora”.
Monk’s House tiene los techos bajos y es una vivienda modesta. Aquí pasó muchas horas desde 1919 a 1941. Escribía todas las mañanas excepto los domingos. En la habitación de Virginia, que parece suspendida de una nube, la simpática mujer que enseña la casa me habla de Leonard, muy estimado por los vecinos. Aún se acuerdan de cuando encontró la nota de suicidio y les llamó desesperado para que le ayudaran a buscar a su mujer. De la nube bajo al vasto jardín a cielo abierto, la razón por la que Virginia quiso vivir en Monk’s House. En el césped junto al cementerio jugaban a la petanca inglesa con bruñidas bolas de madera. Desde su escritorio en el cobertizo, ella veía el monte Caburn y el castillo de Lewes. Aquí es donde llegaban hasta sus dedos las frases perfectas con la “sensación de agua que fluye”. Y de ese cobertizo salió para encontrar la muerte.
Aún bajo la fuerte impresión del cuarto de Virginia y su prado entre nubes, conduzco hasta Berwick, cuya iglesia alberga los frescos pintados por Vanessa y Duncan Grant. Amigos y vecinos sirvieron de modelo para las escenas de la vida de Cristo cuando Inglaterra vivía bajo la amenaza alemana. Quentin, el hijo de Vanessa, pintó a Jesús con el rostro de su tío Leonard, que luego le pediría que escribiese la biografía de Virginia. Más allá de un campo recién abonado, camino hacia el campanario de Alciston, donde en la barra del pub Rose Cottage siempre encuentra uno conversación sobre los asuntos más inesperados mientras degusta una ale.

El río Ouse

A veces el paisaje explica las personas que lo pueblan y sus conflictos internos. Quizá en Londres Virginia no se hubiera suicidado. Puede que viviendo con su hermana la guerra hubiera sido para ella menos insoportable. Siempre sintió la superior fuerza vital de Vanessa. Admiraba su carácter “libre, despreocupado, aéreo, indiferente”. ¿Pero acaso no sufrió mucho más Vanessa que la frágil Virginia? Tuvo que lidiar con tantas pérdidas, desde la muerte de su hijo Julian en la guerra civil española hasta la de Roger Fry, para no hablar de la inquietud que le causaba Duncan. En cambio, la hermana pequeña se refugió en su crisálida creadora desde que Vanessa se entregó al flujo natural de la vida. Sin hijos, Virginia se arrimó a Leonard, un hombre sólido, que la amaba y apenas la tocaba, pues ya se había ocupado su hermanastro George de eso cuando ella era adolescente.
“Creo que estoy más apegada a ti de lo que unas hermanas deberían estarlo”, escribió Virginia a Vanessa cuando tenían casi sesenta años. ¿Qué hubo entre ellas dos sino el amor más apasionado y sensual y a la vez los celos más puros, venidos de la cuna? La escritura visual de la primera parecía esperar que la segunda la pintase, como si solo escribiese para ella. Mientras Vanessa retrató a Virginia tantas veces, esta hizo lo propio en sus novelas Fin de viaje y Al faro, donde evocó los veranos de Cornualles, un tiempo feliz que Vanessa consiguió recrear en Charleston.
Mapa del sur de Inglaterra.
Mapa del sur de Inglaterra. / Javier Belloso
He llegado a la ribera del río Ouse, a las afueras de Lewes. Un paisaje sencillo y rotundo, un constable. La corriente fluye despacio, la brisa alborota las hojas de los chopos. Unos patos se acercan a la orilla. En algún punto de ese fluir, entre Rodmell y Lewes, entró Virginia en el agua con piedras en los bolsillos. El arte no fue suficiente para aliviar su angustia vital, su desamparo. Ese día Vanessa le parecía la cariátide inalcanzable que había hecho crecer la vida a su alrededor mientras ella había vivido “en un convento”. Miro el río, que se pierde en un recodo, y me la imagino en su cobertizo del jardín entre nubes. Finales de marzo de 1941.
La invasión alemana aún se teme. Virginia echa un vistazo a las lilas del estanque redondo y escribe una nota para Leonard, quien durante años ha soportado sus depresiones y manías, quien le ha dado un hogar al margen de su hermana del alma. Luego toma un bastón de bambú y sale en dirección al río. Conoce bien sus recodos solitarios, su imperdonable fluidez. Virginia trota por el camino de Lewes hacia el sendero que bordea el Ouse con irritada determinación, como una cabra joven. Así la llamaban, Billy Goat. Y entonces dejo de ver su flaca figura y vuelvo a este preciso instante del río: pasa un hombre llamando a su perro, los patos se alejan corriente arriba, una nube ensombrece el agua.

Retorno a Charleston

Vidriera en la casa de Charleston.
Vidriera en la casa de Charleston. / Michael Boys
Tengo la impresión de llegar a una dacha rusa en el camino de la casa donde Vanessa vivió más de cuarenta años. Charleston desprende una mezcla de exaltación y amargura. Ahora que la primavera se acerca es fácil ver el deshielo del lado sombrío. El jardín y el estanque atisban ese “perezoso ajetreo de flores, de mariposas, de manzanas” que su dueña concibió. Dentro, me dejo absorber por los rosas y verdes pálidos, los amarillos y las sanguinas, los optimistas grises, las paredes de un negro transparente, aterciopelado. Dioses y ninfas, acróbatas, ramos de flores y cuencos de frutas. Es la obra de arte de Vanessa Bell. Si Bloomsbury fuese una religión, Charleston sería su monasterio “iluminado”.
Me recibe Virginia Nicholson, la nieta de Vanessa y sobrina nieta de la Cabra. Nacida en 1955, parece una mezcla de las dos. Virginia Nicholson tenía seis años cuando murió Vanessa. Sirve el té en la amplia cocina mientras dice que adoraba a Duncan. Con él nunca se aburría, igual que con su abuela. La ve sentada aquí mismo, de espaldas a los fogones, con un café negro y una cucharilla de azúcar que se va hundiendo como un barco cargado. Le pregunto acerca de su tía Angelica, que echó sacos de sal en el estanque dorado de Bloomsbury. Virginia frunce un instante la sonrisa: “Era muy cambiante: la encontrabas cerrada, impenetrable, y un momento después se entregaba a una explosiva alegría”.
La cabaña en la que escribía Virginia Woolf en Monk’s House (Inglaterra).
La cabaña en la que escribía Virginia Woolf en Monk’s House (Inglaterra). / Grant Rooney
Para la hija de Quentin Bell, la decoración de Vanessa crea una especie de “clima” armónico que atemperaba las tensiones de sus moradores. A esa calidez quería ella volver todos los veranos. ¿Pero no es lo que vemos fuera lo que hace de estas estancias un lugar cálido que excita la mente? Miro el retrato de Keynes, obra de Duncan Grant, en la habitación donde, al regresar de Versalles, redactó de un tirón su famoso análisis sobre las consecuencias económicas de la paz. “En esta mesa”, toca madera Virginia con gesto de quien preserva un legado de gran valor.
Entonces siento que en Charleston se rinde culto a una presencia más real que la de los miles que visitan la casa, porque los personajes de aquella manifestación sublime siguen vivos, no solo en nuestro imaginario cultural, sino en los meros detalles: en las tapicerías reconstruidas de los muebles, en los motivos detrás de las puertas, en los vestigios innumerables. Aquella gente genial no perdía nunca el tiempo ni tiraba nada. Siempre trabajaban, incluso cuando no lo hacían. Una joven becaria me muestra algunos de los miles de documentos y dibujos descubiertos en el desván. Las listas de la compra envueltas en papel de seda, con un número de catálogo.

Siete Hermanas

Acantilados de Seven Sisters, al sur de Reino Unido.
Acantilados de Seven Sisters, al sur de Reino Unido. / Welling Zoonar
En el amplio atelier de la planta baja, donde el espíritu de Bloomsbury encuentra su definitivo santuario, Virginia dice que se sentaba en esa butaca y Vanessa le hacía explicar las historias que veía en los cuadros mientras la pintaba. En su mirada hay tanto el orgullo de su linaje como esa amargura rusa que la ensombrece. Acaba de ver la nueva serie de la BBC sobre Bloomsbury, aún no estrenada, que no deja de lado lo más escabroso del grupo, y está recaudando fondos para dar mayor relieve a Charleston en su centenario. Quiere construir un auditorio y atraer a más visitantes. Salimos al jardín de Vanessa, contenido por paredes de sílex. Un jardinero con pinta de científico parece hablar a un rosal que despunta. Hay ajetreo por todos lados. Bloomsbury florece. Cerca, en Glyndebourne, ya preparan la ópera al aire libre, una atracción de las tardes de verano
Dejo atrás Charleston con la sensación de que algo no encaja en la historia de los personajes que habitaron aquí. ¿De veras había esa libertad orgiástica que la leyenda proclama o las cosas eran, en el fondo, menos exaltadas, incluso un poco victorianas? Pero enseguida el paisaje ondulado y terapéutico de Sussex neutraliza cualquier duda o incógnita. Las colinas tienen una fe inquebrantable en sí mismas. Me dirijo hacia el mar. Cerca de Eastbourne las colinas de tiza dejan ver sus tripas blancas. En Seven Sisters (Siete Hermanas) me recibe un litoral alto y abrupto que parece de otras latitudes. Los acantilados semejan icebergs con cúspides verdes. La tierra de Sussex revela por fin su íntima inocencia. Me agacho para recoger unos guijarros de tacto óseo y lanzarlos al mar mientras dos galgos grises, vigilados por una delgada mujer rubia, corren en zigzag desafiando el barrido de las olas.
José Luis de Juan es autor de La llama danzante (Minúscula).

Milena Busquets

sábado, 4 de enero de 2014



Propósitos de año nuevo


Este año me voy a portar requetebien.

1. No miraré con cara de pena a los que utilizan las siguientes expresiones:

- "Repito": los que escriben una idea, una teoría, o lo que sea, y luego, para recalcarlo -o por si el lector es imbécil y no lo ha entendido bien-, escriben "repito," y te vuelven a echar el mismo rollo. No tenemos 5 años, ningún adulto normal necesita que le "repitan" nada. El cerebro humano y el aparato auditivo tienen la capacidad de entender las mayoría de las cosas a la primera.

- "¿Vale?": Acabar la mayoría de las frases con un "¿Vale?": "Me pasó esto y aquello y lo de más allá. ¿Vale? Y después hice no sé qué y no sé qué más. ¿Vale?" También es dar por sentado que el otro es un poco memo y que puede perder el hilo de la apasionante historia que le están contando.

- "Te pienso": la nueva manera que tienen los cursis, los pretenciosos y los analfabetos (que a menudo son la misma persona) de decir "pienso en ti". Muy muy molesto.

- "Visionar": en vez de "ver" una película como todo quisqui, ahora hay gente que "visiona" las películas. Después resulta que, en realidad, ven lo mismo, o menos, que los que solo vemos pelis.


2. No tomaré el pelo a:

- Los hombres feos que se permiten juzgar el físico de las mujeres. Solo puedes convertir a los demás en objeto si estás dispuesto a pasar la misma prueba tú mismo. En eso consiste (también) la igualdad.

- Los que afirman leer un libro al día.

- Los que afirman no leer un libro ni que les maten.

- Los que dicen que se levantan cada día a las 5:30 de la mañana para meditar.

3. No escupiré a:

- Los que faltan sistematicamente al respeto a los independentistas.

- Los que faltan sistematicamente al respeto a los anti nacionalistas.

- Los que fingen que los mendigos son invisibles.

4. Y también:

Iré a yoga cada día siempre que sea posible, me haré un segundo agujero en la oreja izquierda, intentaré acordarme de regar las plantas, comeré menos Crunch, etc.