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domingo, 30 de agosto de 2015

De mi propia vida ( despedida de Oliver Sacks )

 

En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo

Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
No puedo fingir que no tengo miedo. He amado y he sido amado
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
© Oliver Sacks, 2015.
Este artículo se publicó originalmente en The New York Times

Pattie Smith : documental : Dream of life


55 años . Año del Ce ( Cesio ) recordando a Oliver Sacks

El ultimo Tweet de Oliver Sacks . Himno a la alegría

Oliver Sacks (@OliverSacks) twitteó a las 10:16 PM on dom, ago 23, 2015:
A beautiful way to perform one of the world's great musical treasures.
https://t.co/ZNhUjl3fkZ
(https://twitter.com/OliverSacks/status/635546050984574976)

Hoy murió mi amigo querido Oliver Sacks

miércoles, 26 de agosto de 2015

“Odio el sentimiento barato, pero mejor ese que ninguno” Renata Adler

 

 

Renata Adler vio en la novela la oportunidad de dar salida a las opiniones que, por ética profesional, evitaba en sus artículos. Ahora se publica en español 'Lancha rápida'


Renata Adler, retratada en 1978. / Richard Avedon Foundation
Renata Adler (Milán, 1938) fue crítica de The New Yorker y de The New York Times. Sus piezas sobre derechos civiles, guerra y política la erigieron como una de las mejores ensayistas americanas del siglo XX. Renata Adler lleva aún su característica trenza y habla como una tía excéntrica de Wodehouse (“Sí. Creo que eso es… Verdad. ¿Creo eso? Sí. Sí”), pero es todo lucidez. Dialoga en epigramas, no se le escapa una, tiene 77 años y es la persona más brillante que yo he conocido hasta la fecha. Por fortuna, hablé con ella por teléfono, de otro modo habría sido imposible terminar esto sin un fuerte ataque de tartamudez. Porque me impresiona: sus críticas, su ingenio, su valor y sus dos increíbles novelas, Lancha rápida (publicada en inglés en 1976, traducida ahora por Sexto Piso) y Pitch Dark (1983). Recuerden la famosa foto que le hizo Richard Avedon: Renata Adler parecía de joven una mezcla de nativa americana y guerrillera de Baader-Meinhof. Nunca cerró la boca cuando le pidieron que la cerrara. La tacharon de arrogante, la despidieron de varios periódicos, la odiaron varios popes, ella se fue y ahora regresa con un nuevo libro de ensayos (After the Tall Timber: Collected Nonfiction). Bienvenida, Renata. Creíamos que te habíamos perdido.
PREGUNTA. Hablemos de Lancha rápida. Reúne varios atributos que no deberían gustarme (sin trama, fragmentado, vanguardista…), pero me chifla. ¿Cómo lo hiciste?
RESPUESTA. Voy a confesarte algo: no sé contar chistes. Puedo usar una cantidad razonable de ironía, y puedo ser divertida en conversación, y desde luego tengo sentido del humor y todo eso, pero no hay manera de que pueda contar un buen chiste. Nunca he sabido hacerlo. ¿Y sabes por qué? Porque suelto la broma clave demasiado temprano. Así que en la novela intentaba no soltar la conclusión, y para evitar eso seguía cortando, y cortando. Y al final desapareció la trama.
No sé contar un chiste, porque suelto la broma demasiado pronto. Así que en la novela intenté no soltar la conclusión”
P. En una conversación con Guy Trebay comparaste esa forma de trabajar con morder un hilo con los dientes.
R. Sí. Esa es la analogía que yo haría. Iba soltando las anécdotas, y entonces les mordía la cabeza y las dejaba inconclusas. Les cortaba el final y entonces quedaban sueltas, sin el desenlace de cada historia. Cuando llegué a Pitch Dark ya había concluido que otras cosas podían sustituir la trama común. Empecé a pensar como si cada frase tuviese su propia trama. Al final utilizaba cada línea como un refrán.
P. Me preguntaba si el punto de vista del narrador partía de tu primera persona.
R. Depende. En periodismo uno tiene que mantener un compromiso con la verdad y los hechos, pero no así en narrativa. Vi la novela como una forma de dar salida a todas esas opiniones que me negaba, por razones éticas, a meter en mis artículos. Es un tema interesante, en cualquier caso, el de la verdad. Tienes una compulsión de registrar la verdad, pero puede ser un modo distinto de verdad. Puede ser verdad, aunque no sea objetivamente cierta.
P. Tim O’Brien dice que en sus libros existe una verdad que es mucho más verdadera que los hechos, aunque en ella haya incorporado cosas que no sucedieron.
R. Tim O’Brien es un escritor maravilloso. Por supuesto, esto es así. Hay una narrativa que es más verdadera que la verdad. Pero esto no puede aplicarse a la no-ficción. En no-ficción las fechas, los lugares, los hechos, los nombres tienen que coincidir. Tienes que estar haciéndote preguntas —¿es esto relevante?, ¿sucedió así?— que en narrativa no tienen peso alguno. Por eso tenía ganas de escribir una novela. Para poder hacer algo que me negaba en mi no-ficción.
Quería que la gente sintiese y se preocupase y llorase si hacía falta. No quería hacer un experimento vanguardista”
P. Me parece un error fijarse en las características avant-garde de Lancha rápida. Es un libro lleno de sentimiento y humor, y observaciones sagacísimas. Y nada cínico.
R. No tengo ningún problema con que la gente lo llame vanguardista, pero no creo que lo sea. Mi problema con la narrativa de cariz vanguardista es que tiende a desdeñar todo sentimiento y emoción como si fuesen sentimiento barato. Se bloquea la aparición del sentimiento. Esas novelas pueden utilizar la nostalgia, el ingenio, el diálogo… Y pueden hacerlo muy bien. Pero son incapaces de incorporar la emoción. Me acuerdo de una discusión que tuvimos mi amigo Richard Avedon (el fotógrafo) y yo. Yo defendía las telenovelas, porque me gustaba que me hiciesen sentir de una manera o de otra. Que me importara que pasara esto en lugar de aquello otro. Richard me dijo, tal cual: “Odio eso”. Quería decir que odiaba que esas telenovelas le obligaran a emocionarse con trucos baratos. Yo le dije que también odiaba el sentimiento barato, pero que prefería tenerlo barato a no tener ninguno. Y Lancha rápida tiene mucha emoción, sí. No quería hacer un experimento avant-garde. Quería que la gente sintiese y se preocupase y llorase si hacía falta.
P. Muchas de tus reflexiones están realizadas con una especie de desapego apasionado. “Desapego apasionado”, ahora que lo pienso, podría ser una buena etiqueta para tu estilo.
R. Me gusta esa etiqueta. Con­ser­vémosla.
Lancha rápida. Renata Adler. Traducción de Javier Guerrero. Sexto Piso. Madrid, 2015. 216 páginas. 20 euros

domingo, 23 de agosto de 2015

chesterton

Inglaterra, siglo XIX. Una dama entra a vivir en una casa y allí la recibe la sirvienta. La dama da por hecho que la sirvienta se hará su propia comida; la sirvienta piensa que su obligación es alimentarse de los restos que deje la señora. Por eso el primer día, exageradamente, le sirve para desayunar cinco lonchas de tocino. Pero otra convención de sociedad se interpone entre ellas: la dama ha sido educada en la tradición de que nada puede quedar en el plato. Con los días la sirvienta pasa a ponerle siete lonchas, y luego nueve. Cada vez más agotada, pero digna, la señora ventila todo. “No me atrevo a suponer cómo acabó aquello”, escribe Chesterton, familiar de la dama, “pero lo lógico es que la sirvienta hubiera muerto de hambre y la señora hubiera reventado”. Aquella tragedia habría sido la consecuencia del “educado silencio de las dos clases sociales”. Cada una se comportaba como creía que debía comportarse, aunque fuese derecha a la muerte.

Yolanda Reyes: Leer desde bebés, un proyecto afectivo, poético y político

Yolanda Reyes: Leer desde bebés, un proyecto afectivo, poético y político

Ketabkhan (significa 'lector de libros' en persa).

Hossein Derakhshan, 'Hoder', es un periodista, bloguero y activista iraní-canadiense. Está considerado el padre de la blogosfera en Irán, donde estuvo encarcelado seis años (entre 2008 y 2014) por "colaboración con gobiernos enemigos, propaganda contra la República Islámica, blasfemia y creación y dirección de páginas web vulgares y obscenas". Puedes seguirle en Twitter en @h0d3r

sábado, 22 de agosto de 2015

Paul Delvaux : paseo por el amor y la muerte

http://www.museothyssen.org/microsites/exposiciones/2015/delvaux/vv/index.htm

“El camino cruel” de Ella Maillart

                     
Ella Maillart
“El camino cruel. Un viaje por Turquía, Persia y Afganistán con Annemarie Schwarzenbach”, un libro que narra el viaje que realizó Ella Maillart junto con su amiga Annemarie por diferentes países hasta llegar nada menos que a Kabul.
El camino cruel - Ella MaillartEl viaje lo iniciaron justo antes de que estallara la II Guerra Mundial y en su camino atravesaron Suiza, Yugoeslavia, Bulgaria, Turquía, Estambul, Trebisonda, Armenia, Persia, Teherán, Azerbaiyán, Afganistán y Kabul y todo conduciendo un Ford Roaster Deluxe.
Ambas habían viajado antes por separado por aquellas tierras, este sería un viaje diferente y doloroso, por un lado Europa empezaba una de las épocas más convulsas de su historia y por otro Annemarie Schwarzenbach se estaba destruyendo poco a poco al no superar su adicción a la morfina. Precisamente uno de los objetivos del viaje para Ella era apartar a su amiga de sus problemas.
«Y también yo estaba persuadida de que, aunque fracasáramos, nuestra misión consiste en buscarle sentido a la vida (…). Era la quinta vez que me dirigía a Asia; conocía la ruta hasta Herat, en Afganistán, de modo que, hasta allí, no podía ser presa del encanto excitante del descubrimiento. Por otra parte, el objetivo primero de aquel viaje era arrancar a Cristina de un ambiente negativo, buscando las condiciones que pudiesen decidirla a vivir normalmente y de buen grado. Estaba segura de encontrar a los Hackin, si seguíamos el camino que ya conocía; pero ello excluía cualquier desvío difícil y, por tanto, apasionante de veras. Mis verdaderos propósitos, a fin de cuentas, eran: adquirir el dominio de mí misma y salvar de sí misma a mi compañera».

“La escritura es más interesante que la vida” Karl Ove Knausgård

 


¿Realismo o reality?  Desde el primer tomo de su ciclo de novelas, titulado “Mi lucha”, Karl Ove Knausgård cambió los modos de la autoficción para entregar un nuevo estilo, verista hasta la manía.


Por Pola Oloixarac

Que se trata de un monstruo literario de la más exquisita calaña es una aseveración difícil de discutir. A medida que se publican las traducciones de su obra autobiográfica Mi lucha (la más reciente en la Argentina es El país de la infancia , tomo 3), recrudecen las batallas más antiguas del arte literario, revitalizadas en torno a él. ¿Cuáles son los límites tolerables del realismo cuando un escritor se pasa diez páginas lavando los platos? ¿Importa la obsesión por la forma y la frase perfecta, cuando el propósito de una novela (y un novelista) es devorarlo todo? Karl Ove Knausgård se sumerge en la literatura como una pasión baja: como si las cosas sólo existieran si se escriben, estamos ante una escritura compulsiva, una escritura enferma de sí misma. Esta fuerza y la locura desmedida de su plan tiñen de magia la normalidad burguesa de su tema (su propia vida), dotándola del excedente extraordinario propio del gran arte del siglo XIX: con Karl Ove la novela vuelve a ser total, femenina, ambiciosa, egocéntrica, demencial.
–Querías titular tu ciclo de seis novelas autobiográficas “Argentina”, en vez de Mi lucha porque era una especie de lugar soñado: en tus libros jugás al fútbol con la camiseta argentina, y sobrevolás la cancha de River Plate con el mouse de Google Earth. ¿Cómo siguen tus relaciones con la Argentina?
–Todavía sueño con la Argentina y tengo ganas de ir, y creo que ya ha sido arreglado. Probablemente sea en noviembre de 2016, pero será sólo Buenos Aires, no un road trip como yo quería, un viaje para escribir sobre la Argentina. Todas mis impresiones de tu país son a través de su literatura, de Borges, Cortázar y los diarios de Gombrowicz… Por eso no dudo de que mi idea es completamente equivocada, e idealizada, como suelen ser las cosas cuando tienes fantasías sobre ellas. Siempre es distinto cuando llegás. Pero es genial para mí ir finalmente a la Argentina.
–Es gracioso porque también para los nativos la Argentina es un lugar totalmente idealizado... Siempre hay un pasado idílico que restaurar una vez que termine la crisis (cualquiera sea la crisis). Tu trabajo de escritura restaurando tu pasado es implacable, ¿cómo lo estructurás?
–Lo que hago al escribir es buscar dos cosas: la primera, que lo que escribo esté vivo, y la segunda, que sea verdadero. También me interesa mucho la materialidad del mundo, las cosas y objetos que nos rodean. Traté de ir por ahí, busqué dar un lenguaje a esas cosas que están “entre”, que no necesariamente pertenecen a la estructura narrativa, las cosas que nos rodean. Luego lo mezclo con la vida real, con la escritura. La escritura es mucho más interesante que la vida, esa es la verdad.
–Comentabas que querías viajar a la Argentina y a Rusia; es curioso porque V.S. Naipaul, que escribió lúcidamente sobre la Argentina, comentaba que el alma argentina sólo se compara a la rusa. Por cierto, hay algo profundamente ruso en tu escritura. ¿Podés comentar tus relaciones con la literatura rusa?
–Totalmente, es cierto. Cuando era chico teníamos una biblioteca en casa, yo leía de todo; luego empecé a agarrar los libros para adultos. Y uno de los primeros fue una biografía de Tolstoi, y luego empecé a leer otras cosas que había escrito él. Yo era muy joven por entonces. Empecé a leer a Dostoievski a los 18 o 19, que es la edad en la que hay que leerlo. Me siento mucho más próximo a Tolstoi porque creo que sus libros son, ya sabés, perfectos. Tolstoi es el mejor escritor que jamás haya existido, pero Dostoievski por supuesto es mucho más interesante, porque te hace sentir cosas. Tolstoi es alguien a quien admirás pero Dostoievski te influencia. Pero nunca pensé que quería escribir como Tolstoi o Dostoievski, sólo están en el trasfondo de mi mente. Por alguna razón nunca salió el tema hasta ahora. Vladimir Nabokov es muy interesante también. Mi libro favorito suyo es Lolita , su única obra maestra real, absolutamente fantástica, la releí hace poco. Y sus memorias, Habla memoria , me encantan. Pero no me gusta el acercamiento nabokoviano a la literatura, ese lado de su escritura, obsesionado con la forma, la perfección, las bellas frases delicadas, los sistemas. Lo que yo busco en mi escritura es muy diferente, probablemente eso que llamás muy ruso, y Nabokov en ese sentido es el anti-ruso.
–Al escribir sobre tus viajes mencionás tus ataques de pánico, y también dijiste que cuando escribís, necesitás estar completamente aislado. ¿Comulgar con el mundo exterior te hace más difícil el proceso de escritura?
–Es interesante que digas eso porque ahora estoy trabajando en un proyecto en el que escribo sobre una cosa diferente todos los días, puede ser un fenómeno o un objeto. Me interesa la fisicalidad de las cosas. Y no hay psicología, yo no estoy ahí como persona, sólo formo parte como escritor. Pero sin embargo, veo lo que veo sobre el sol, o sobre una taza de té, y soy yo, y lo que yo voy a decir al respecto. Cuando empiezo a escribir sobre un objeto, hablo de mí, es una manera de ver, todo está determinado por mi presencia. No me avergüenza, pero la gente me lo recrimina, me dicen: “hablás de vos todo el tiempo”. Pero yo realmente quiero salirme de mí mismo cuando escribo; incluso cuando escribo sobre mí mismo, me desaparezco de mí, estoy en un lugar totalmente distinto, ya no sé quién soy o dónde estoy, no sé nada... Supongo que si hiciera un road trip a Suecia y Noruega podría escribir sobre el paisaje y la gente sin mencionarme en absoluto. Pero cuando voy a un lugar, todo depende de la reacción que te provoca, así que es difícil salirse de uno.
–Cuando escribías el segundo tomo, Un hombre enamorado, vivías en esa época narrada –el presente de la escritura era contemporáneo al presente de la vida. ¿Tu relación con la escritura era distinta de los libros que tienen lugar en el pasado? ¿O quizás el pasado imaginado y el presente vivido se confunden y se vuelven la misma sustancia cuando escribís?
–No, es muy distinto. Cuando escribís sobre el pasado la literatura se convierte en su propio mundo, nada penetra ese mundo. Y el segundo tomo no está sellado de ese modo, así que es mucho más como un diario, cuando las cosas se asientan a medida que las escribís. Fue muy interesante porque el presente era otra clase de energía que infundía el texto. Era casi prohibido hacerlo…
–¿Por qué prohibido?
–Es esta sensación de que no deberías… Es como si no hubiera protección para el mundo sobre el que escribís, porque todavía no es nada, no tiene definición, no sabés todavía qué es lo que está pasando. Y sólo tengo la sensación de que tengo que tener cuidado cuando entro ahí porque todavía es pequeño, sin forma, insignificante. Pero al cabo de 10 años se convierte en algo, y por eso es una fase interesante para escribir.
–Hablando de tu método, me encantan tus conversaciones con tu amigo Geir. ¿Las grababas? ¿Te sentías un espía de tus amigos?
–Nunca lo grabé, no grabé nada. Pero hablo con él varias veces al día, incluso hoy, y conozco bien su manera de pensar y hablar. Me criticaron porque hay un monólogo y un diálogo al final del segundo libro, y la gente decía que no era realista, que esa era una conversación de café libresca, que la gente no habla así. Pero fue la cosa más precisa de todo el libro porque pasó exactamente así. Y fue muy bueno tener a Geir como personaje en el libro, un personaje en posesión de alguna verdad. También fue genial tenerlo afuera del libro. Le leí unas cinco mil páginas (se ríe).
–¿Cómo fue la gira con tu banda “Lemen” en EE.UU.? ¿Te dio ansiedad?
–Sí, muy ansioso. Tocamos cuando teníamos 20 años pero todavía éramos una bandita de colegio, y pasaron 20 años y ahora tocamos para mil personas. Pero la gente viene para vernos hacer el ridículo. Vienen a reírse. Eso es duro pero a la vez me gusta tocar, es tan diferente a escribir. Pero está bien lo que hacemos; lo cierto es que no somos profesionales, somos una banda amateur.
–Las reseñas de tus libros siempre hablan de cómo te exponés, y lo valiente que sos al hacerlo. Pero nunca te vemos exponiendo algo vergonzoso, y tus supuestos pecados (como aburrirte de cuidar a tus hijos) son totalmente burgueses y perdonables. No sos como Céline o Naipaul, no mostrás cosas despreciables de vos mismo. ¿Pero quizá la mente siempre se percibe a sí misma como monstruosa?
–Es un muy buen punto. Es totalmente exacto. Céline es un buen ejemplo. Mi amigo Geir dice que en la vida real yo soy mucho peor, y esos niveles están presentes en el libro. Me expongo y expongo mis debilidades pero a la vez estoy totalmente en control. No tiene nada que ver con el coraje.
–Pero hay algo muy adictivo en eso –en que sos esencialmente un hombre bueno. Leer y compartir la conciencia de un hombre bueno es adictivo. ¿Te considerás un hombre bueno, la moral es importante en tu vida de escritor?
–Antes de empezar Mi lucha me consideraba un hombre bueno. Yo no reconocía ciertos defectos, y los comprendí durante la escritura. No me considero un buen hombre, pero es algo difícil de comunicar porque un libro es algo muy íntimo y la voz es muy íntima y se acerca mucho a la persona pero… Yo puedo ser totalmente cero empatía. Si hay gente en un cuarto, puedo comportarme y ser amable, pero si no están, no me interesa la gente en absoluto. Carezco por completo de empatía. Sólo me importo yo y los míos. Y nunca me había quedado tan claro. En la escritura y con todo el ruido y la atención que generó la obra, comprendí que nadie me importaba en absoluto. Es terrible.
–¿Y qué pensás de la parte de tu familia que no te habla más a raíz de la publicación? ¿Creés que van a perdonarte alguna vez?
–A veces pienso en ellos, sí. Pero sé que jamás volverán a hablarme o acercarse. Hablé una vez con una escritora que había tenido una experiencia parecida con un libro y su hermana, y ella me dijo: “Si hay algo que hiciste o escribiste, sólo lo van a usar para sacarte de encima”. El libro es una excusa para sacarte del camino. Sólo justifica la distancia entre nosotros.
–Empezaste a beber cuando tu padre empezó a beber. Pero luego te convertiste en escritor y él se sumergió en la bebida. Yo pensaba si no era su manera de vivir y escapar a la vez, si escribir y beber son quizá parecidos.
–Sí, hay semejanzas. El sentido de no tener límites. Libre de uno mismo. Y tengo exactamente la misma sensación cuando escribo, el no tener límites, y busco eso en mi escritura, y cuando no lo puedo encontrar, es terrible, y quizás es como un alcohólico que no puede tomar. Si no está vivo, si no es hermoso, quizás es igual a no poder tomar. Estoy obsesionado con escribir, trabajo todo el tiempo, no es una decisión, es algo que tengo que hacer, una compulsión. Y no creo que a mi padre le gustara tomar en el último tiempo, pero tenía que hacerlo, era su modo de vida. Por supuesto que escribir es más inocuo que tomar. Pero lo gracioso es que mi padre, el único consejo que me dio cuando era un adolescente, fue: “Deberías beber cuando escribís para soltarte un poco”. Un consejo terrible, pero en cierto sentido verdadero porque soltarse es un poco la esencia de escribir.
–¿Tomás alguna otra cosa?
–No, nunca. Para mí es como el dóping, como fingir. Pero entiendo que si tu escritura mejora con las drogas, tenés la obligación de tomarlas. Si tu escritura mejora si fumás, fumá. Pero no puedo. Necesito control para poder perderlo.
–En el final de Mi lucha, el personaje escribe: “Estoy contento porque ya no soy un autor”. ¿Te imaginaste que era posible vivir sin escribir?
–Pensé que era el final perfecto. Porque la novela trata tan intensamente sobre escribir y las escapadas para escribir, y sobre mirar la vida real y hacerla coincidir con la literatura, que pensé que tenía que dejar de escribir y empezar a vivir. Esa era mi ambición, realmente quería parar de escribir. Lo intenté por unos meses, pero no puedo. Y ahora estoy fuera de esa novela. Mi editor me dijo, al leer esa frase, “está bien que cambies de opinión”. Así que sigo escribiendo. Sigo siendo un escritor.
–A veces uno se pregunta hasta qué punto Mi lucha es una lucha real. Porque vivís bien, te casaste con la mujer que amás, podés comprar todos los libros que querés (en los libros). Hay algo tan irónico en Mi lucha , y es que vivís esta vida tan burguesa, ¿te interesaba esa ironía?
–Es la primera vez que alguien me hace esa pregunta y creo que he estado esperándola cinco años. Es que el punto de partida de la novela es que tengo tres chicos y una esposa, y que puedo vivir de escribir libros. Y ese es uno de los pecados: no apreciar el mundo, no apreciar la vida de uno, no poder experimentar la felicidad. Y yo era así, y es como si mi vida interior siempre es torturada de algún modo, y todavía lo es, y tengo que entender por qué, por qué no soy feliz. Es una de las razones por las que escribo, porque tengo que salir de este estado torturante de la mente. Así que cuando hablé con Geir, esa fue una de las primeras cosas que me dijo: “Tenés una vida tan exitosa, ¿cuál es el sentido de sufrir? Tenés todo lo que uno quiere”. Y tiene razón. Es algo enigmático. Tengo todo lo que quiero y sin embargo, no estoy feliz ni contento con nada… Sólo sé que necesito seguir.

Codex Tudela, 16th c.Folios showing aspects of the Aztec calendar: the birds of the day, the lords of the night...

Que dificil es hablar el español :


PreTextos: Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo

 

Publicado en Septiembre 14, 2011 por julio
 
Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo. 
Medio Pan y un Libro.
Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.
“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

jueves, 20 de agosto de 2015

Doce pistas para redescubrir Buenos Aires

 

De las nuevas tendencias gastronómicas a las mejores milongas callejeras de tango 

 

'Tour' guiado en bici por Buenos Aires.
Uno de los circuitos ciclistas guiados que ofrece la empresa Biking Buenos Aires, a su paso por el porteño Puerto Madero. / bikingbuenosaires.com
Ni Caminito, ni Recoleta, ni la Plaza de Mayo. Todo esto es para la primera vez que se viaja a Buenos Aires, pero las siguientes visitas a la capital argentina invitan a descubrir algo nuevo entre mil sitios y propuestas que no nos harán sentirnos como un turista. Sexy, animada y segura de sí misma, siempre hay motivos para redescubrir la ciudad porteña.

01 Gastronomía en movimiento

Los argentinos llevan el arte de la parrilla a cotas inimaginables, sus mejores pizzas y pastas rivalizan con las de Nueva York y Nápoles, elaboran vinos fabulosos, helados exquisitos y la cocina étnica causa furor en Buenos Aires. En realidad, se come tan bien que el tiempo entre comida y cena debemos utilizarlo para dar buenos paseos, quemar calorías y hacer hueco en el estómago.
Las parrillas representan la tradición gastronómica y son una apuesta segura, pero los porteños están continuamente innovando y los fogones se escapan a ello, con tendencias similares a las europeas. Por ejemplo, las nuevas propuestas de cocineros experimentales a través de restaurantes pop-up, que podemos conocer a través de la organización GAJO.
Varios puestos de la feria gastronómica Masticar, en Buenos Aires.
Otra tendencia en alza es la gastronomía molecular, de moda en todo el mundo, con grandes chefs en continua experimentación y platos de raciones muy pequeñas para elaborar experiencias únicas e inolvidables, a través de la combinación de sabores, texturas y atractivo visual. Podemos probarla en La Vinería de Gualterio Bolivar, donde el chef Alejandro Digilio sigue la línea de Ferran Adrià.
Los festivales gastronómicos se han incorporado recientemente a la escena gastro con dos nuevas citas: la Feria Masticar, organizada por algunos de los chefs más famosos de Buenos Aires y que ha incorporado los tan de moda foodtrucks, así como la Feria Raíz, dedicada a la gastronomía argentina.
Quienes sigan prefiriendo la tradición gastronómica –camareros sirviendo malbec (vino) y generosas tajadas de carne de primera calidad en alguno de los numerosos asadores porteños– pero con un toque diferente, pueden reservar en Adentro, un restaurante a puerta cerrada en el que sentirte como en casa de un buen amigo, o Argentine Experience, donde aprender la historia de la carne argentina y cómo preparar empanadas y alfajores, además de comer bistecs sumamente tiernos.

02 Aprender a cocinar

Continuamos sin salir de las cocinas, pero ahora en ambiente privado, ya que en Buenos Aires se han puesto de moda los restaurantes a puerta cerrada: locales que solo abren un par de días a la semana, solo a través de reserva y, generalmente, con un precio fijo (solo aceptan efectivo, por cierto). Son establecimientos que carecen de rótulos o carteles y que requieren llamar al timbre para entrar; incluso no se proporciona la dirección al comensal hasta que se concreta la reserva por teléfono. La sensación de descubrir una joya fuera de los circuitos turísticos y de probar algunas de las mejores cocinas de la ciudad los convierte en toda una experiencia.
La pizarra del restaurante Nola, en Buenos Aires.
Existen dos posibilidades en este tipo de restaurantes, muchos de ellos ubicados en el barrio de Palermo. La primera de ellas es cenar, directamente, en casa del chef, en torno a una larga mesa comunitaria. Permite conocer gente, a menudo viajeros interesantes o expatriados, y resulta estupendo para quienes viajan solos. La segunda opción se asemeja más a un restaurante convencional, con mesas separadas para diferentes grupos de comensales, solo accesibles, eso sí, mediante reserva previa.
Algunos de los mejores son iLatina, que sirve exquisita comida colombiana; Casa Saltshaker, donde se prueban las creaciones culinarias del neoyorquino afincado en Buenos Aires, Dan Perlman; NOLA, que sirve platos de fusión de Nueva Orleans; Casa Felix, el paraíso de los pescetarianos (vegetarianos que sí comen pescado y mariscos), y Cocina Sunae, con platos de fusión asiática.
Para quienes estén de paso unos días por la ciudad, una buena opción para adentrarse en la tradición culinaria argentina son las clases particulares de cocina, o en grupos pequeños, como las que imparte Norma Soued, que permiten aprender a cocinar platos como empanadas, guisos y alfajores. También Cooking with Teresita nos permitirá iniciarnos en asados y empanadas, comprando todos los ingredientes en mercados locales. Quien disponga de algo más de tiempo, o incluso se planteé dedicarse profesionalmente a la cocina, puede acudir al reputado Instituto Argentino de Gastronomía (IAG).

03 Villa Crespo, el barrio de moda

Casa museo de Casa Gardel, en Buenos Aires. / Martin Zabala
Este barrio, al sur de Palermo, cada día está más en boga. Continuamente surgen nuevos restaurantes, tiendas, hoteles y casas de huéspedes –conforme se han ido encareciendo los alquileres de Palermo–, y se pueden encontrar buenas opciones para alojarse, muy cerca de la plaza Serrano (corazón comercial y social de Palermo Viejo). El sur de Palermo ofrece gratas sorpresas al turista, como galerías de arte, cafés renovados o interesantes outlets, y Villa Crespo puede ser un buen punto de partida para descubrirlos.
Basta caminar un poco hacia el sur para encontrar Caballito, zona tranquila y agradable que alberga el gran parque circular del Centenario, con el Museo Argentino de Ciencias Naturales. Hacia el este se extienden los barrios de Abasto y Once, destinos multiculturales que han atraído a una numerosa población de judíos, peruanos y coreanos, que han desarrollado sus respectivas gastronomías. En Abasto hay mucho teatro alternativo y se puede visitar el Museo Casa de Carlos Gardel, pero el principal lugar de interés es el mercado del barrio, remodelado y convertido en uno de los centros comerciales más atractivos de la ciudad.
Al sur se encuentra Once y su concurrida estación de trenes, rodeada de cientos de vendedores callejeros de ropa y aparatos electrónicos baratos. Este barrio tiene un ambiente pintoresco, cambio que se agradece aunque es una zona que debe evitarse por la noche. La Ciudad Cultural Konex es un centro vanguardista que ofrece espectáculos fusión: arte+cultura+tecnología. Por último, merece la pena conocer Boedo, un barrio bohemio al sur de Once con algunos cafés interesantes.

04 Faena Arts Center

Paseantes en Puerto Madero, en Buenos Aires. / Patricia Hamilton
La última novedad de Puerto Madero es Faena Arts Center, un espacio instalado en un antiguo molino harinero. Grande y amplio, alberga los sueños contemporáneos de artistas y diseñadores nacionales y extranjeros. Las exposiciones más vanguardistas sacan partido al espacio, con cuerdas que cuelgan del techo o pirámides de luz que se alzan hacia el cielo.
Es un incentivo más para acercarse a Puerto Madero, flanqueado por almacenes de ladrillo restaurados y repleto de lujosos lofts y torres de pisos, además de algunos de los restaurantes más caros (demasiado, según algunos) de la ciudad. Libre de vehículos, es un lugar muy bonito para pasear a lo largo de los diques.
Los amantes del arte no deben perderse la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, que alberga la muestra de la mujer más rica de Argentina. Y aunque no nos podamos permitir pagar sus carísimas habitaciones, es casi obligado acercarse al Faena Hotel +Universe, un fantástico hotel diseñado por Philippe Starck en un almacén reformado.

05 Tomarse un café

Interior del Café Tortoni, uno de los clásicos de Buenos Aires. / Gabriel Rossi
Una de las cosas más típicas que uno puede hacer en Buenos Aires es sentarse en un café y, especialmente, en algunos que son pura historia porteña. Los más tradicionales son Las Violetas, el Café de los Angelitos, La Biela, el Tortoni o la Esquina Homero Manzi.
Las Violetas puede considerarse, probablemente, como el café más bonito de la ciudad, con vidrieras de colores y un lujoso té de la tarde. El Café de los Angelitos, famoso por su espectáculo de tango, lleva ese nombre como una irónica referencia a los maleantes que lo frecuentaban. Otros dos clásicos son La Biela, excelente para observar a la gente desde el patio delantero en los días soleados, y el Café Tortoni, histórico, pintoresco y, también, muy turístico. Aun así, no se debe ignorar.
Si queremos salir del circuito más popular, podemos sentarnos en la Esquina Homero Manzi, un café tradicional de ambiente encantador.

06 La nueva cita cultural

Vestíbulo de la Usina del Arte, en Buenos Aires, sala de conciertos instalada en una vieja central eléctrica remodelada.
La Boca no se caracteriza por la elegancia de sus edificios, pero cuenta con nuevo espacio de conciertos, la Usina del Arte, alojado en una central eléctrica remodelada, que pretende iniciar la regeneración de uno de los barrios más deteriorados de Buenos Aires. Se trata de un bonito edificio de ladrillo rojo con una pintoresca torre del reloj, cuya nueva sala de conciertos es la actual sede de la orquesta sinfónica nacional y la filarmónica de Buenos Aires. La Usina, de acústica excelente, tiene capacidad para 1.200 espectadores y acoge también espectáculos de danza, teatro y exposiciones de arte.
Solo abre durante los conciertos y para las visitas guiadas. La programación se puede consultar en su página web.

07 De museos por Palermo

El barrio de Palermo, visita imprescindible para todo el que viaja a Buenos Aires, invita también a una revisita obligada a los amantes del arte. Aquí se encuentran algunos de los mejores museos de la ciudad, como el Malba, un edificio contemporáneo impresionante dedicado al arte moderno argentino y latinoamericano que alberga la colección del mecenas Eduardo F. Costantini, con obras modernistas, vanguardistas, surrealistas y abstractas, incluidas algunas de Frida Kahlo y Diego Rivera. También hay exposiciones temporales de arte internacional y un buen café-restaurante con patio, perfecto para almorzar.
Edificio de la Fundación Proa, en Buenos Aires. / getty
Los fans de Evita Perón no deben perderse el cercano Museo Evita, que repasa la vida de la mujer argentina más conocida internacionalmente, y ya que estamos en Palermo, no está de más dar un paseo a pie o en bicicleta por el parque 3 de Febrero, donde también se puede visitar un zoo, un jardín botánico y un jardín japonés. Repleto de carriles bici, los domingos la circunvalación del jardín de rosas está cerrada a los coches.
Otros museos porteños que no conviene perderse son el Nacional de Arte Decorativo, una bella mansión beaux arts que contiene las lujosas pertenencias de un aristócrata chileno; la Fundación Proa, museo-galería de vanguardia que expone arte contemporáneo y ofrece un café en la azotea con vistas a La Boca, y el Palacio Paz, de estilo europeo, cuyas habitaciones ornamentadas, salones y detalles dorados remiten al ambiente más clásico del viejo continente.

08 Visitar a los muertos

Tumba de Eva Perón en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aries. / Jon Hicks
Es cierto que la visita al Cementerio de La Recoleta figura en casi todos los itinerarios turísticos, pero es igualmente imprescindible. Solo en Buenos Aires los ricos y poderosos conservan su estatus tras la muerte y generaciones de la élite descansan eternamente en este laberinto de callejones trufados con ostentosos mausoleos ornamentados que conforma, probablemente, la necrópolis más lujosa del mundo.
La Recoleta fue el primer cementerio público de la ciudad, aunque pronto se volvió exclusivo; los personajes históricos más ilustres de Argentina están enterrados aquí y un sinfín de estilos decoran las tumbas: art nouveau, art déco, neoclásico, neogótico… También hay bellas y extravagantes estatuas para descubrir. Tras presentar respetos a Evita Perón, uno puede perderse entre ángeles de mármol.
Una versión más grande, menos ostentosa, menos accesible y menos turística es el cementerio de la Chacarita, en el barrio del mismo nombre. Se inauguró en la década de 1870 para dar sepultura a las víctimas de la fiebre amarilla de San Telmo y La Boca. Aunque mucho más democrático y modesto, las tumbas más elaboradas de Chacarita son equiparables a las más exquisitas de La Recoleta. Una de las más visitadas es la de Carlos Gardel, considerado casi un santo al que muchos argentinos guardan una devoción casi religiosa. Junto a su estatua hay placas de agradecimiento de visitantes de todo el mundo y en los aniversarios de su nacimiento y de su muerte miles de peregrinos visitan el cementerio.
Otra personalidad espiritual de Chacarita es la madre María Salomé, discípula del famoso sanador Pancho Sierra. Cada jornada, pero sobre todo el día 2 de cada mes (murió un 2 de octubre de 1928), fieles a su culto cubren su tumba de claveles blancos.

09 Otras formas de ver Buenos Aires

'Tour' ciclista guiado de la empresa Biking Buenos Aires, en la capital argentina.
Todas las ciudades inventan formas nuevas para mostrar lo mejor de sí mismas. En Buenos Aires se han inventado todo tipo de circuitos temáticos para los visitantes: de fotografía, para ciclistas, de tango, de parrillas.... Esta es nuestra selección:
  • Biking Buenos Aires: para pedalear por carriles-bici y por los parques de Palermo.
  • Graffitimundo: Buenos Aires a través de su colorido y dinámico arte callejero.
  • Foto Ruta: un singular circuito autoguiado basado en fotografiar pistas por los barrios porteños.
  • The Man Tour: propone una visión muy masculina de la ciudad, con las mejores cavas para fumar puros, barberías para afeitarse con navaja o donde comprase un sombrero hecho a mano.
  • Parrilla Tour: una guía para explorar parrillas (asadores) fuera de los circuitos turísticos y aprender sobre la cultura y gastronomía de Argentina.
  • Narrative Tango Tour: para conocer el tango mediante clases, milongas y espectáculos.
  • Urban Running Tour: correr y conocer Buenos Aires, con un guía que se adapta al ritmo de cada uno.

10 Buenos Aires a caballo

Partido de pato en el Campo Argentino de Polo, en Palermo (Buenos Aires). / Daniel Sempe
A casi todos argentinos les gustan los caballos, y aunque no estén en la Pampa hacen lo posible (y lo imposible) para que formen parte de la vida porteña. Basta con acercarse a un partido de polo, o de pato, o pasar un día en las carreras de caballos para darse cuenta de ello. Como simples viajeros también podemos participar de esta pasión ecuestre e incluso, por qué no, aprender a jugar al polo durante nuestras vacaciones.
El polo es un deporte muy popular en todo el país y conjuga la tradición ecuestre de los gauchos con la influencia británica: algo que explica por qué aquí se juega el mejor polo del mundo. Argentina domina este deporte desde hace más de 70 años y cuenta, prácticamente, con todos (o casi todos) los mejores jugadores. Nada de príncipes británicos; la principal figura es Adolfo Cambiaso. La temporada de polo en Buenos Aires va de septiembre a mediados de noviembre y culmina cada año con el Campeonato Argentino Abierto, el torneo más prestigioso del mundo, celebrado en el Campo Argentina de Polo, en Palermo (se puede seguir la actualidad de este deporte a través de la Asociación Argentina de Polo).
Más original y desconocido es el Pato, un juego de origen gaucho similar al polo que toma su nombre de las primeras pelotas que se usaban: una bolsa de cuero con un pato vivo encerrado dentro. Desde entonces, la infeliz ave se ha sustituido por una pelota con asas de cuero y los jugadores ya no corren peligro en lo que antaño fue un juego muy violento. Los partidos y torneos de pato suelen celebrarse en el Campo Argentino de Pato, a unos 30 kilómetros de la ciudad, aunque los torneos nacionales se celebran (en diciembre) en un lugar más céntrico: el campo de polo de Palermo.
Por último, conviene acudir al Hipódromo Argentino, majestuoso edificio proyectado por el arquitecto francés Louis Fauré Dujarric en 1908, con cabida para 100.000 espectadores. Las carreras más destacadas se organizan en noviembre, tanto en esta sede como en el famoso hipódromo de hierba de San Isidro.
Y si lo que queremos es tomar las riendas directamente, una buena opción, más allá de las turísticas estancias (haciendas), es consultar Caballos a la Par, que organiza salidas guiadas por un parque de la provincia de Buenos Aires, a una hora en coche del centro de la capital. Son excursiones privadas (nada de grupos en caravana) que recorren caminos entre bosques y campos, en las que se aprende a montar, e incluso a galopar, a lomos de estupendos monturas.

11 Visitar la catedral (del fútbol)

Dos aficionados del equipo Boca Juniors durante un partido en el estadio de La Bombonera, en Buenos Aires. / Franco Origlia
En un país en el que Maradona es Dios, ir a un partido de fútbol es una experiencia casi religiosa. El superclásico entre Boca Juniors y River Plate se encuentra entre los eventos deportivos mundiales a los que asistir antes de morir, pero incluso otros partidos de menor resonancia sirven para sumergirse en una de las grandes pasiones argentinas.
Se puede contemplar La Bombonera, estadio de Boca Juniors, el equipo de Maradona, durante una visita al Museo de la Pasión Boquense. Si se quiere asistir a un clásico (partido entre dos equipos grandes), conseguir entradas será más complicado: Boca Juniors no pone entradas a la venta para sus partidos más importantes, ya que todas son para los socios. Es posible lograrlo a través de alguna agencia o mediante organizaciones como Buenos Aires Fútbol Amigos. No será barato, eso sí, pero sí más fácil (y seguro).
En Buenos Aires el fútbol no es solo un deporte. El pasatiempo nacional inspira una pasión casi religiosa: las calles se vacían y los espectadores, apiñados frente a la televisión o en los abarrotados estadios, sufren ataques de éxtasis y angustia. El ambiente es particularmente bullicioso (esto es, descontrolado) cuando los archirrivales River Plate y Boca Juniors se enfrentan. La tensión se palpa en el ambiente y durante esas dos horas del domingo nada más importa.
Si después de ver uno de estos superclásicos nos entran ganas de jugar, se puede participar en alguno de los partidos con locales, residentes extranjeros u otros viajeros que organiza Buenos Aires Fútbol Amigos. Por una pequeña cantidad se juega al fútbol y, después del partido, suele haber asado y recuerdos impagables.

12 Redescubrir el tango

Espectáculo de tango en el Café de los Angelitos, en Buenos Aires. / Christian Ender
Lo que a principios del siglo XX era un baile marginal relegado a los burdeles de Buenos Aires ha experimentado grandes altibajos durante su agitada vida. Hoy en día, esta sensual danza vuelve con fuerza. De Seattle a Shangái, todo el mundo intenta dominar los pasos y el ritmo de este baile tan difícil de perfeccionar.
La popularidad del tango se ha disparado entre aficionados y profesionales, y lo practican gentes de todas las edades y clases sociales: Pero el tango de verdad está en las milongas, reuniones donde se va exclusivamente a bailar. El ambiente de estas salas puede ser informal o tradicional, en casi todas hay un encargado de la selección musical y en algunas (pocas) cuentan con orquestas en directo. La pista de baile está rodeada por mesas y sillas, y suele haber un bar en un lateral.
Las milongas empiezan o bien por la tarde (hasta las 23.00) o bien a medianoche, alargándose hasta el amanecer (si se llega tarde, todo está más animado). Son asequibles y a menudo se ofrecen clases de antemano.
Para vivir una experiencia única al aire libre se puede ir a la glorieta de Barrancas de Belgrano, donde los sábados y domingos al atardecer (hacia las 19.00) hay una milonga informal, la glorieta. También se dan clases de tango.
Los favoritos de Lonely Planet para disfrutar del tango porteño más clásico son el Café de los Angelitos, con un espectáculo imaginativo y bien organizado; el Rojo Tango, espectáculo íntimo de estilo cabaretero, El Viejo Almacén, un local pequeño y en parte folclórico, y La Ventana, cuya propuesta incluye gauchos cómicos y boleadoras.
Más sencillo e informal es el tango callejero en el mercado del domingo de San Telmo; el espectáculo de tango del sótano del Café Tortoni, el café más antiguo y tradicional de Buenos Aires, o el de Los 36 Billares, otro café con historia y espectáculo de tango pero menos turístico que Tortoni.
Las mejores milongas son las del Salon Canning, una milonga tradicional muy popular y bien situada, en Palermo, donde acuden los mejores bailarines; la de la Confitería Ideal, el local porteño de tango más histórico, escenario de La lección de tango, de Sally Potter, o La Catedral, informal y bohemio, parecido a un almacén, que atrae a jóvenes bailarines modernos.
Se imparten clases de tango en muchos sitios, desde albergues juveniles hasta academias de baile, centros culturales y en casi todas las milongas. Incluso se ofrecen en algunos cafés y salas de espectáculos de tango. En Buenos Aires también hay varias escuelas más formales, como la Escuela Argentina de Tango.

Sarah y B Larroude ( La Pampa ) pueblos a los que llegaron mis abuelos en el siglo 19






                                                                Mi abuela Maria Brunetto Olivero
                                          Mi familia  Picco . Sarah. La Pampa
                                          Mi abuelo Juan 
                                                     Mi tía Luisa con su amigo
                                                          Mi padre

There are more things. Hay más cosas, Jorge Luis Borges (1899-1986)




A la memoria de Howard P. Lovecraft.


A punto de rendir el ultimo examen en la Universidad de Texas, en Austin, supe que mi tío Edwin Arnett había muerto de un aneurisma, en el confín remoto del continente. Senti lo que sentimos cuando alguien muere: La congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido mas buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. La materia que yo cursaba era filosofia; recorde que mi tio, sin invocar un solo nombre propio, me habia revelado sus hermosas perplejidades, alla en la casa colorada, cerca de Lomas. Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le basto para las paradojas eleaticas. Años después, me prestaria los tratados de Hinton, que quiere demostrar la realidad de una cuarta dimension del espacio, que el lector puede intuir mediante complicados ejercicios con cubos de colores. No olvidare los prismas y pirámides que erigimos en el piso del escritorio.

Mi tio era ingeniero. Antes de jubilarse de su cargo en el ferrocarril decidio establecerse en Turdera, que le ofrecía las ventajas de una soledad casi agreste y de la cercanía de Buenos Aires. Nada más previsible que el arquitecto fuera su íntimo amigo Alexander Muir. Este hombre rígido profesaba la rígida doctrina de Knox; mi tío a la manera de casi todos los señores de su época, era librepensador, o mejor dicho, agnóstico, pero le interesaba la teología, como le interesaban los falaces cubos de Hinton o las bien concertadas pesadillas del joven Wells. Le gustaban los perros; tenia un gran ovejero al que le había puesto el apodo de Samuel Jonson en memoria de Lichfield, su lejano pueblo natal.

La casa Colorada estaba en un alto, cercada hacia el poniente por terrenos anegadizos. Del otro lado de la verja, las araucarias no mitigaban su aire de pesadez. En lugar de azoteas había tejados de pizarras a dos aguas y una torra cuadrada con un reloj, que parecían oprimir las paredes y las parcas ventanas. De chico, yo aceptaba esas fealdades como se aceptan esas cosas incompatibles que solo por razón de coexistir llevan el nombre de Universo.

Regrese a la patria en 1921. Para evitar litigios habían rematado la casa; la adquirió un forastero, Max Preetorius, que abono el doble de la suma ofrecida por el mejor postro. Firmada la escritura, llego al atardecer con dos asistentes y tiraron a un vaciadero, no lejos del camino de las Tropas, todos los muebles, todos los libros y todos los enseres de la casa. (Recordé con tristeza los diagramas de los volúmenes de Hinton y la gran esfera terráquea.) Al otro día, fue a conversar con Muir y le propuso ciertas refacciones, que este rechazo con indignación. Ulteriormente, una empresa de la capital se encargo de la obra. Los carpinteros de la localidad se negaron a amueblar de nuevo la casa: un tal Mariano, de Glew, acepto al fin las condiciones que le impuso Preetorius. Durante una quincena, tuvo que trabajar de noche, a puertas cerradas. Fue asimismo de noche que se instalo en la Casa Colorada el nuevo habitante. Las ventanas ya no se abrieron, pero en la oscuridad se divisaban grietas de luz. El lechero dio una mañana con el ovejero muerto en la acera, decapitado y mutilado. En el invierno talaron las araucarias. Nadie volvió a ver a Preetorius, que, según parece, no tardo en dejar el país.

Tales noticias, como es de suponer, me inquietaron. Se que mi rasgo mas notorio es la curiosidad que me condujo alguna vez a la unión con una mujer del todo ajena a mí, solo para saber quien era y como era, a practicar (sin resultado apreciable) el uso del laudano, a explorar los números transfinitos y a emprender la atroz aventura que voy a referir. Fatalmente decidí indagar el asunto.

Mi primer trámite fue ver a Alexander Muir. Lo recordaba erguido y moreno, de una flacura que no excluía la fuerza; ahora lo habían encorvado los años y la renegrida barba era gris. Me recibió en su casa de Temperley, que previsiblemente se parecía a la de mi tío, ya que las dos correspondían a las sólidas normas del buen poeta y mal constructor William Morris.

El dialogo fue parco; no en vano el símbolo de Escocia es el cardo. Intuí, no obstante, que el cargado té de Ceylan y la equitativa fuente de scones (que mi huésped partía y enmantecaba como si yo aun fuera un niño) eran, de hecho, un frugal festín calvinista, dedicado al sobrino de su amigo. Sus controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del contrario.

Pasaba el tiempo y yo no me acercaba a mi tema. Hubo un silencio incómodo y Muir habló.

-Muchacho (Young man) —dijo--, usted no se ha costeado hasta aquí para que hablemos de Edwin o de los Estados Unidos, país que poco me interesa. Lo que le quita el sueño es la venta de la Casa Colorada y ese curioso comprador. A mí, también. Francamente, la historia me desagrada, pero le diré lo que pueda. No será mucho.

Al rato, prosiguió sin premura:

-Antes que Edwin muriera, el intendente me citó en su despacho. Estaba con el cura párroco. Me propusieron que trazara los planos para una capilla católica. Remunerarían bien mi trabajo. Les conteste en el acto que no. Soy un servidor del Señor y no puedo cometer la abominación de erigir altares para ídolos.

Aquí se detuvo.

-¿Eso es todo? –me atreví a preguntar.
-No. El judezno ese de Preetorius quería que yo destruyera mi obra y que en su lugar pergeñara una cosa monstruosa. La abominación tiene muchas formas.

Pronunció estas palabras con gravedad y se puso de pie.

Al doblar la esquina se me acercó Daniel Iberra. Nos conocíamos como la gente se conoce en los pueblos. Me propuso que volviéramos caminando. Nunca me interesaron los malevos y preví una sórdida retahíla de cuentos de almacén mas o menos apócrifos y brutales, pero me resigné y acepte. Era casi de noche. Al divisar la casa Colorada en el alto, Iberrra se desvió. Le pregunte por qué. Su respuesta no fue la que yo esperaba.

-Soy el brazo derecho de don Felipe. Nadie me ha dicho flojo. Te acordaras de aquel mozo Urgoiti que se costeo a buscarme de Merlo y de cómo le fue. Mirá. Noches pasadas, yo venia de una farra. A unas cien varas de la quinta, vi algo. El tubiano se me espanto y si no me le afirmo y lo hago tomar por el callejón, tal vez no cuento el cuento. Lo que vi no era para menos.

Muy enojado, agrego una mala palabra.

Aquella noche no dormí. Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, que no había visto nunca o que había visto y olvidado, y que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había ni puertas ni ventanas, pero si una hilera infinita de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra el cuerpo, parecía dormir y soñar. ¿Soñar con que o con quien?

Esa tarde pase frente a la casa. El portón de la verja estaba cerrado y unos barrote retorcidos. Lo que antes fue jardín era maleza. A la derecha había una zanja de escasa hondura y los bordes estaban pisoteados.

Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la ultima.

Sin mayores esperanzas fui a Glew. Mariani, el carpintero, era un italiano obeso y rosado, ya entrado en años, de lo más vulgar y cordial. Me basto verlo para descartar las estratagemas que había urdido la víspera. Le entregue mi tarjeta, que deletreo pomposamente en voz alta, con algún tropezón reverencial al llegar a doctor. Le dije que me interesaba el moblaje fabricado por el para la propiedad que fue de mi tío, en Turdera. El hombre hablo y hablo. No tratare de transcribir sus muchas y gesticuladas palabras, pero me declaro que su lema era satisfacer todas las exigencias del cliente, por estrafalarias que fueran, y que el había ejecutado su trabajo al pie de la letra. Tras de hurgar en varios cajones, me mostró unos papeles que no entendí, firmados por el elusivo Preetorius. (Sin duda me tomo por un abogado.) Al despedirnos, me confió que por todo el oro del mundo no volvería a poner los pies en Turdera y menos en la casa. Agrego que el cliente es sagrado, pero que en su humilde opinión, el señor Preetorius estaba loco. Luego se calló, arrepentido. Nada más pude sonsacarle.

Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.

Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca. Esas profundas reflexiones resultaron inútiles; tras de consagrar la tarde al estudio de Schopenhauer o de Royce, yo rondaba, noche tras noche, por los caminos de tierra que cercan la casa Colorada. Algunas veces divise arriba una luz muy blanca; otras creí oír un gemido. Así hasta el 19 de enero.

Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no solo maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido. Serian las once de la noche cuando se desplomo la tormenta. Primero el viento sur y después el agua a raudales. Erré buscando un árbol. A la brusca luz de un relámpago me halle a unos pasos de la verja. No se si con temor o con esperanza probé el portón. Inesperadamente, cedió. Avance empujado por la tormenta. El cielo y la tierra me conminaban. También la puerta de la casa estaba a medio abrir. Una racha de lluvia me azoto la cara y entre.

Adentro habían levantado las baldosas y pise pasto desgreñado. Un olor dulce y nauseabundo penetraba la casa. A izquierda o a derecha, no se muy bien, tropecé con una rampa de piedra. Apresuradamente subí. Casi sin proponérmelo hice girar la llave de luz.

El comedor y la biblioteca de mis recuerdos eran ahora, derribada la pared divisoria, una sola gran pieza desmantelada, con uno que otro mueble. No tratare de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la despiadada luz blanca. Me explicare. Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehiculo? El salvaje no puede percibir la Biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombre de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.

Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparo correspondía a la figura humana o a un uso concebible. Sentí repulsión y terror. En uno de los ángulos descubrí una escalera vertical, que daba al otro piso. Entre los anchos tramos de hierro, que no pasarían de diez, había huecos irregulares. Esa escalera, que postulaba manos y pies, era comprensible y de algún modo me alivio. Apague la luz y aguarde un tiempo en la oscuridad. No oí el menor sonido, pero la presencia de las cosas incomprensibles me perturbaba. Al fin me decidí.

Ya arriba mi temerosa mano hizo girar por segunda vez la llave de la luz. La pesadilla que prefiguraba el piso inferior se agitaba y florecía en el último. Había muchos objetos o unos pocos objetos entretejidos. Recupero ahora una suerte de larga mesa operatoria, muy alta, en forma de U, con hoyos circulares en los extremos. Pensé que podía ser el lecho del habitante, cuya monstruosa anatomía se revelaba así, oblicuamente, como la de un animal o un dios, por su sombra. De alguna página de Lucano, leída hace años y olvidada, vino a mi boca la palabra anfisbena, que sugería, pero que no agotaba por cierto lo que verían luego mis ojos. Asimismo recuerdo una V de espejos que se perdía en la tiniebla superior.

¿Cómo seria el habitante? ¿Qué podía buscar en este plantea, no menos atroz para él que él para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo, habría alcanzado este arrabal sudamericano y esta precisa noche?

Me sentí un intruso en el caos. Afuera había cesado la lluvia. Mire el reloj y vi con asombro que eran casi las dos, Deje la luz prendida y acometí cautelosamente el descenso. Bajar por donde había subido no era imposible. Bajar antes de que el habitante volviera. Conjeture que no había cerrado las dos puertas porque no sabía como hacerlo.

Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.

Jorge Luis Borges (1899-1986)